Cuando escribo esta columna aún no he tenido la oportunidad de presenciar el debate entre el reconocido biólogo inglés Richard Dawkins y el prominente académico y sacerdote colombiano Gerardo Remolina. El interesante diálogo fue programado para celebrarse el miércoles 6 de diciembre en Cartagena, luego de que ambos personajes se presentaran en Bogotá y Medellín en los días previos. El evento tiene mucho significado para quienes hemos seguido la obra de Dawkins desde hace años, dado que además de su brillante carrera científica, es uno de los principales exponentes y defensores contemporáneos del ateísmo. Tal acontecimiento no puede dejar indiferente a cualquiera que sienta una sana inquietud intelectual.
La curiosidad y la duda constituyen los motores que más impulsan el desarrollo de los seres humanos. Cuando perdemos el instinto curioso, perdemos mucho de lo que nos motiva a mejorar y a encontrar soluciones al sinfín de problemas que nos han acosado desde siempre. Por eso es válido y deseado que cuestionemos todo, inclusive lo que por su naturaleza y vínculo histórico no parece tener que someterse a un escrutinio mayor. Esa preocupación inquisidora suele inculcarse desde la juventud, cuando aún no hemos terminado de definirnos como personas.
Recuerdo el momento en el que empecé a plantar una natural duda sobre lo que hasta ese momento entendía como inobjetable. Tendría unos doce años cuando a mis manos llegó una edición de Cosmos, el genial libro de divulgación científica de Carl Sagan. Esa obra, llena de imágenes impactantes, contenía unas fotografías de la superficie de Marte tomadas por la sonda Viking 2 a mediados de los años setenta, que captaron toda mi atención. Pasé mucho tiempo mirando la rojiza superficie del planeta en las páginas de aquel libro, con sus piedras esparcidas por el suelo y su cielo anaranjado, y no alcanzaba a comprender el impresionante esfuerzo que suponía lograr esa hazaña, posar un artefacto en un planeta distante y tomar unas fotos.
Entendí entonces que con la ciencia era posible descubrir maravillas más allá de lo que podía imaginarme y adquirí en aquellos momentos un respeto reverencial por el conocimiento y sus promotores. A pesar de las limitaciones de mi corta edad, me surgieron preguntas incómodas y comencé a interesarme por obras similares y por saber más sobre el universo, nada me había conmovido tanto.
La visita de Dawkins es uno de los acontecimientos más importantes de este año que termina. En una sociedad tan tradicional y conservadora como la nuestra, resulta refrescante que un debate científico despierte algo de interés, y que públicamente se reten, con argumentos y método, algunas de las creencias más arraigadas que tenemos. Ojalá que muchos colombianos se animen a indagar sobre la obra de Dawkins, que su paso por nuestro país los invite a abrirle las puertas a la ciencia. Nos hace mucha falta.
moreno.slagter@yahoo.com