En esta ‘Era de los Apagones’, hay un hombre que ve más que nadie. Es Leandro Díaz, el ciego.

Un tiempo atrás, el escritor David Sánchez Juliao visitó a Leandro en San Diego, esa población cesarense donde el compositor vive rodeado de flores, piedras y la Sierra Nevada.

Mientras daban un paseo por el pueblo, sobrevino el apagón. Ignitado por ese ‘mamagallismo’ maniático que lo caracteriza, Sánchez Juliao le dijo a Leandro:

-Bueno Leandro, ahora sí te fregaste...

Con esa exótica mezcla de sabiduría y sarcasmo que jamás abandona su rostro, el ciego respondió con una pregunta:

-¿Y quién crees tú que busca los fósforos en la casa donde se va la luz?

Ágilmente, como un pez que nada diestramente bajo el agua, Leandro recorre su casa, esquivando muebles con la pericia del hombre que todo lo ve. La oscuridad, que para el resto de sus compatriotas, con la sola excepción de los vendedores de plantas eléctricas, ha sido como una película de horror, es para Leandro su medio natural. Y para desenvolverse con propiedad en ella, el hombre impone su autoridad.

Cuenta su mujer, Lena Clementina Ramos, que cuando alguien deja un mueble mal colocado, Leandro se pone más furioso que nunca y grita:

-¡Me dejan esta vaina en el medio!

Por eso, la autoridad vale más que la visión, y en la casa de San Diego, adornada con flores de mil colores y olorosa a azahares, nadie deja nada mal puesto. Si César Gaviria aprendiera esta lección…

Leandro se mueve con propiedad no solo en la oscuridad de la crisis actual, sino en el oscurantismo político que hemos estado viviendo.

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“La mayor parte de los casos que están sucediendo en el país se deben a que los gobiernos pasados descuidaron a la juventud.

Es decir, no le dieron una educación esmerada y mucho menos trabajo a sus padres. Y los padres no sabían cómo resolver sus problemas e iban dejando a sus hijos sin futuro...”

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Cada vez que florece el naranjal en el patio de su casa, Leandro es el primero en enterarse. “Floreció”, se limita a decir y todos en la casa entienden que el árbol del patio amaneció lleno de florecitas blancas.

Su olfato es más efectivo que los ojos de los demás. Su sentido del tacto no se queda atrás. Ivo, el hijo cantante, cuenta que con solo tocar a alguien lo reconoce. Semejante afinación perceptiva, le permite a Leandro Díaz desenvolverse en la cotidianidades de la vida, pero también se evidencia cuando el ciego habla de los grandes temas, los cuales acomete no con la verborrea abusiva que desplegaría un columnista del páramo colombiano, sino con palabras cortas en pretensiones pero sobradas en conocimientos.

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“En Colombia hay una política mal entendida. La política es mal empleada. Cuatro o cinco familias en Bogotá han dominado por más de cien años al país. Y el resto de Colombia crece todos los días con el mismo problema. Entonces, el pueblo está cansado y está buscándose una forma de poderse ayudar. De ahí viene la guerra que ha declarado al país, que no solamente es una guerra contra las fuerzas armadas, sino una guerra contra el hambre, la devaluación de la plata, el desempleo. No hay educación para los niños, pero lo que más duele es el hambre.
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Leandro Díaz es un cultor de la mente. Dice que “la mente hace milagros y ve más que los ojos”. Por eso, a la hora de hacer una evaluación, el ciego termina viendo más lejos que un telescopio. Leandro sabe que el sol está brillando porque siente el calor en su cara. Como si fuera poco, posee el don de trasladar esas sensaciones a una poesía. “Cuando yo hago una canción parece que estuviera mirando las cosas”, asegura. Es un hombre enamorado y jamás tiene en cuenta el físico de una mujer. “Yo sé cuándo una mujer es buena”, asegura. En una de sus canciones, escribió: “La vida de la mujer es misteriosa y profunda, los cambios que da la luna los da la mujer también...

Y cuando le preguntan por qué dijo eso, el cielo responde con una de sus contundentes verdades.

“Es que la luna cambia cuatro veces al mes y la mujer cambia cuatrocientas...”

Entonces se ríe, con esa sonrisita socarrona del que todo lo sabe.

“Yo no quiero pedirle a Dios más de lo que me ha dado. Yo creo que a mí lo que me salva es ser ciego. Si viera, no hubiera logrado lo que he logrado. Para mí lo más grave sería tener que implorar una limosna...”

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El maestro Leandro Díaz pasa el día en casa escuchando radio. Sobre su mesita de noche, Leandro tiene un gigantesco radio de siete bandas y el ciego viaja por el día. “de día escucho noticias políticas desde España, al igual que otro día puedo escuchar vals en la Voz de los Estados Unidos”, dice.
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Leandro no ve nada. Jamás ha visto. Son falsos los rumores de que algún día vio. Todo lo deduce. Y esas deducciones le sirven para ver más que el más agudo de los videntes.

EL HERALDO
Mayo 15 de 1995