Rectificar o aplazar por unos días para abrirle camino a la estrepitosa derrota del equipo colombiano, que estuvo a menos de 25 minutos de una clara victoria sobre Paraguay.

Ahora tiene el equipo colombiano la ‘maricadita’ de tener que ganarle a Perú, en el propio Perú, bajo el lema de tener que vencer a un contendor en su propio feudo, no habiendo podido hacerlo en Barranquilla, por aquello que mejor era ganarle jugando en el propio terreno y con el propio público.

En el curso del partido mucho público decía que parecía propio de los clubes ganadores vencer por estrecho margen, a tener que jugar por un margen amplio a unos cálculos alegrones a tener que ganar por goleadas que solo se asoman por una sola vez.

Los dos goles que nos ‘claveteo’ el Paraguay está nítido que fue más obra de ‘guayazo’ que de aciertos en los avances guaraníes. El gol de la derrota fue clara visión defectuosa de los defensores, que mucho público clamaba desde partidos anteriores, que pedían su reemplazo. Pero especialmente el primer gol, una pelota disputada por el aire en que la embarró el arquero Ospina, quien trató de tomarla en vez de despejarla con los puños, perdiendo el balón ante un paraguayo que se lo embocó con gran facilidad.

A los públicos hay que creerles, como le creyeron bastos sectores de la tribuna principal, que fue la cristalización del gol de la victoria. Un balón disputado arriba, que se le salió de las manos a Ospina, al caerle ese balón al paraguayo que lo embocó con el arco despejado.

Un grueso sector del público de sombra le atribuyó la derrota de Colombia a la pareja defensiva que luchaba por conservar el 1 a 0. Eran los que decían que el gol del empate era inminente, que por cierto no tardó en producirse.

Decían masas de observadores, que el peligro se convirtió en gol cuando la pareja integrada por Ramón Jesurun y José Pékerman, decidieron cambiar la hora del juego, no para jugar a las 3 de la tarde, sino cambiar ese horario para las 6 de la tarde.

En la agonía del partido llegó una oportunidad clarísima para empatar, desperdiciada increíblemente por el marcador de punta Santiago Arias, que burla al arquero Paraguayo y en vez de embocarla le da un balonazo a un adversario.
En ese final del partido Colombia jugó para perder, no para ganar.