Hoy el día me ha regalado una hora libre que yo no esperaba. Aprovecho la oportunidad. Me acerco al equipo de sonido y lo prendo. La voz rajada de El Cigala desgrana sus sentimientos que tanto conectan con los de quienes lo seguimos: está cantando “el día que nací yo qué planeta reinaría…”. Y, una vez más, me traslada a una niña sentada en su sillita, mirando extasiada, escuchando a su madre cantar mientras dobla la ropa recién planchada, aquella canción que todas las mujeres de España cantaban y escuchaban por la radio. Es mi imagen repetitiva que me asalta el corazón.
Es curioso cómo nos persiguen las imágenes recurrentes de la infancia. Aquellos días tan lejanos que Antonio Machado recordaba como “Días azules y aquel sol de la infancia”. Girones de poemas hilvanados o enredados en la cotidianidad de la vida y que nos hacen levantar los pies de la tierra y quedarnos suspendidos en la ilusión de un sueño.
Cuando esto escribo, la Barcelona de mis recuerdos entrañables está viviendo el drama profundo de la situación secesionista. Sobre los sentimientos ultra que reflejan la prensa y los telediarios se impone el raciocinio sereno y no la exasperación. Se hace urgente la necesidad de que tanto el presidente de Gobierno, Rajoy, con su dilación, como el presidente de la Generalitat, Puigdemont, con su fanatismo, se apeen de sus cerriles convicciones para llegar a un diálogo civilizado y concertado, y no echen por tierra los logros que la España de ayer, que llevamos en el corazón, con tanto esfuerzo y tanta renuncia y heroico consenso se dio la carta constituyente de la ruta democrática que ha sido ejemplo de convivencia, igualdad y libertad en Europa y en el mundo en los últimos 40 años.