Para cuando se publique esta columna y ustedes tengan la posibilidad de leerla, habremos comprobado una vez más que el fin del mundo no es tan sencillo de describir en una predicción iluminada. Ayer, 23 de septiembre, fue la fecha pronosticada según David Meade para que el planeta Tierra chocara contra el Planeta X o Nibiri. Sus cálculos contaban 33 días después del último gran eclipse. La insensatez de Meade, sin embargo, parece apoyarse en los últimos signos apocalípticos: Irma, María, José, Katia, terremoto en Japón, terremoto en México. Todo anda raro en estos tiempos. Los animales actúan extraño, los cielos no parecen los mismos, las aguas se recogen.
Mientras familias completas se encontraban frente al televisor en Orange (California), una señal invasiva interrumpió la transmisión y en las pantallas apareció un anuncio de alerta. Los televidentes quedaron perplejos cuando escucharon el mensaje: “En los últimos días vendrán tiempos extremadamente violentos”.
El presidente de Estados Unidos y el presidente de Corea del Norte juegan batalla naval. Son dos niños narcisistas y desafiantes con un control remoto en la mano. El botón de destrucción masiva lo tienen a su alcance. Todos vamos al ritmo de sus disputas pueriles. El problema es que estos infantes no se lanzan juguetes sino misiles. Así que si efectivamente el mundo se acabó ayer es muy probable que haya sido porque este par se levantó con la manta en el hombro.
El 22 de diciembre de 2012 fue el primer día del fin del mundo al que asistí. Esa noche llegué a México, el corazón de las predicciones Mayas de aquel momento. Otra vez hubo gente que se abasteció de víveres y tomó precauciones. Hubo gente que hizo fiestas de fin del mundo. Aquel sí fue un fin del mundo más decoroso, más emocionante, con más altura. Recuerdo que en el aeropuerto Benito Juárez, los trabajadores que salían de trabajar se despedían de sus compañeros. Feliz fin del mundo, se decían emotivos. El 23 de diciembre llegó, llegó la Navidad, pasó el fin de año, y el mundo siguió exactamente igual.
En esta ocasión hay poca emoción, la verdad. Dudo mucho que alguien se haya tomado en serio lo de comprar provisiones. Así que si llegó nos encontró con la despensa vacía y sin plata. Aunque las redes sociales se llenaron de bromas, el poder de convocatoria de los Mayas es superior al de Meade. A las 12 de la noche, sin embargo, dos temblores se sintieron en algunos lugares del Caribe colombiano. Parecía una pequeña nota de preaviso.
Sí estamos asistiendo al fin de los tiempos, de eso no hay duda, pero no necesitamos inventarnos un planeta fantástico para explicarlo. Esto nos tomará unos cuantos siglos más, quizá millones de años. Pero será doloroso. El dolor más grande no es que las tragedias lleguen por cuotas, sino que no le llegarán por igual a todos. Los pobres, una vez más, serán los que llevarán la peor parte.
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