Al final de la tarde del 25 de agosto de 1987, hace 30 años, el médico Héctor Abad Gómez fue asesinado en una calle del centro de Medellín. Su actividad profesional estaba ligada a una valiente y apasionada defensa de los derechos humanos y a la docencia universitaria. Héctor nunca hubiese podido ser ese tipo de médicos que, arrinconados por el sistema, tuvieron que doblegarse ante una ley de salud malsana. Algunos dirán que eran otros tiempos, pero no, su asunto era otro. La medicina apenas era la excusa para luchar por la justicia social y esa excusa le valió ser reconocido como un médico ejemplar que inspiró a generaciones completas hasta hoy en día.

Su hijo, Héctor Abad Faciolince, que era entonces un joven escritor, abrazó aquel día el cuerpo aún tibio de su padre asesinado. Su esposa, Cecilia, también llegó a la escena del crimen. Su hija Clara Inés la consuela. Héctor Abad Gómez está tendido en el asfalto y es evidente la mancha de sangre en su ropa. Por allí circula en la memoria olvidadiza de los colombianos una fotografía familiar.

Héctor Abad Gómez denunció públicamente a miembros del Batallón Bomboná de Medellín por los tratos crueles en los interrogatorios a los detenidos. Aseguró que los métodos de tortura, en algunos casos, eran tan perversos que obligaban a los detenidos a quitarse la vida cortándose las venas o lanzándose por las ventanas.

Usó el conocimiento científico y la medicina para poner en evidencia las injusticias y las desigualdades. En el Hospital San Vicente observó las diferencias de peso y talla de los niños desde el nacimiento y cómo, aquellos que tenían con qué pagar servicios privados de salud, ya llegaban a este mundo con ventajas por encima de aquellos que tenían que acudir a la caridad. Desde antes de nacer la desigualdad ya marcaba un camino limitado para muchos, y para Héctor la medicina no era solo el oficio de medir y pesar, sino de denunciar estas brechas.

Antes de morir su nombre sonaba entre los muertos, pero aunque no deseaba un destino fatal no se detuvo. Su compromiso ético y político lo mantuvo fiel a sus convicciones. Ese mes de agosto de hace 30 años condenó la muerte del senador Pedro Valencia, colega suyo, y denunció a escuadrones de la muerte. Tampoco detuvo sus señalamientos contra el Ejército. Una semana antes de que lo asesinaran marchó, una vez más, por el derecho a la vida, pero días después le quitaron el derecho a la suya.

Héctor Abad Gómez es un nombre y una leyenda. Para algunos médicos jóvenes sigue siendo inspiración, para otros… otros decidieron entregar sus almas a un sistema de salud indolente. Los pacientes no son las únicas víctimas, también los profesionales de salud son arrinconados por la Ley 100. Sin embargo, 30 años después, Héctor Abad Gómez sirve para recordarnos que el ejercicio de la medicina no es solo este bazar sin principios éticos en el que lo ha convertido el perverso sistema de salud.

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