Benjamín Mendy es un lateral izquierdo francés que jugó a un gran nivel la temporada anterior con el Mónaco y fue transferido al Manchester City por la exuberante cifra de 56 millones de Euro. Sí, un defensa lateral contratado por un costo mayor al noventa por ciento de los delanteros y volantes ofensivos del mundo. Algo impensado hasta hace unos años por, quizá, un prejuicio sobre la estratificación que se hace de los roles en un equipo, en donde los delanteros (incluidos volantes ofensivos) son considerados los más valiosos y determinantes en la obtención de las victorias. Esos son los que venden, dicen. Son los que más valen.
Parece mentira que nombres rutilantes y verdaderos exponentes del buen juego como Roberto Carlos, Marcelo, Dani Alves y Lahn, el alemán, para solo referirme a los laterales más sobresalientes de estos últimos años, no hayan servido para desactivar del todo esa vieja monomanía. Tal vez, porque Einstein tenía razón cuando afirmó que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio.
Pero, más allá de consideraciones de mercadeo e imagen, somos conscientes de la importancia y la utilidad de los buenos laterales. Su aporte es esencial en uno de los principios de juego ofensivo, la amplitud. Desde siempre, y no solo “en el fútbol de hoy”, los laterales tienen que cumplir con las dos tareas que demanda su función: defender y atacar. Desde Nilton Santos, pasando por Junior, Breitner, Nelinho, Amoroso, Cabrini, hasta llegar a Islas, el chileno, y a Mendy, el motivo de este artículo.
Aunque algunos técnicos esgriman la obviedad para encubrir sus prevenciones “tu primera tarea es defender, luego atacar cuando se pueda”, y ya muchos laterales, cerebro lavado mediante, repiten la elemental consigna, haciéndose cómplice de los temores de su entrenador, ni Marcelo, ni Dani Alves, ni Mendy son los mejores y mejores pagos porque sean superiores al resto en su “primera función” de defender, no. Son cotizados y reconocidos porque cumplen las dos siendo protagonistas en el ataque. Ellos saben —y disfrutan— que su cancha tiene 100 metros. Ellos saben —y disfrutan— que tienen la obligación del defensa y el placer del delantero
¿Por qué la escasez de buenos laterales? ¿Qué están haciendo los entrenadores, los caza talentos, para descubrirlos, formarlos, transformarlos? ¿Por qué aún los padres y asesores de los jóvenes prospectos los conducen hacía otras posiciones “más rentables”, sin percatarse de que la escasez eleva el precio de los laterales?
Hay comprobadas razones futbolísticas del encanto y la escala que tiene la función de lateral para querer jugar en esa posición. Con Mendy, supongo, que también habrá razones económicas para querer jugar ahí.