Leo la última biografía de Picasso que ha llegado a mis manos durante mi visita a la exposición de su obra en el Reina Sofía de Madrid. El que fuera director del Museo del Prado, cargo del que no llegó a posesionarse, pero que tuvo un gran valor propagandístico en contra del avance franquista cuando Hitler arrasaba Europa y Picasso en París se sentía como un león enjaulado. Alemania había confiscado sus obras por considerarlas un “arte degenerado”. Mientras él regalaba desafiante las postales de su Guernica a sus visitantes, con el aplauso de Paul Eluard, Jean Paul Sartre y Simone de Beavoir en el ambiente de sus reuniones en Saint -Germain -des- Prés.
Al finalizar la guerra, Picasso había alcanzado la categoría de mito viviente. Se había revelado contra todos los cánones artísticos, superando conceptos vigentes desde el Renacimiento y explorando fronteras que hasta entonces parecían infranqueables. A sus 25 años, Picasso había inaugurado una nueva era en la historia del arte: había creado el cubismo.
Les Demoiselles d'Avignon fue objeto de rechazo prácticamente unánime. Pero su obra arrolladora se impondría y fue expuesta en un homenaje único mundial, sin precedentes, en París, conjuntamente por el Grand Palais, el Petit Palau y la Biblioteca Nacional de Francia. La muestra más grande realizada a un pintor.
En 1970 –uno de sus períodos más productivos– expuso diversas pinturas y dibujos de tema sexual, que sirvió para apuntalar el estatus de Picasso, que en 1971 se convertiría en el primer pintor vivo con obras expuestas en el Museo del Louvre.
El genio, visionario, que cambió el rumbo de la historia del arte, explorando caminos que nadie se había atrevido a recorrer.