Cuando era niña, los árboles de Barranquilla y sus alrededores estaban llenos de monstruos prehistóricos. Literalmente, pues las iguanas son primas en tercer grado de los extintos dinosaurios, y se dice que están presentes en la Tierra desde entonces. Algunas eran pequeñas, rápidas, como un led de verde brillante moviéndose entre los árboles. Otras eran gigantes, colosales, y si las atrapabas de la cola te la dejaban de recuerdo. Recuerdo también la crueldad de la gente: en recreo, los niños solían tirarles piedras a ver si alcanzaban a descalabrarlas. En los peajes siempre llegaban a vender los huevos de iguana, como un manjar, pero sin contestar por la vida del animal en donde estaban antes esos huevos. Hoy se hace evidente, por lo raro que es ver una iguana en la ciudad o sus alrededores, que las malas prácticas y la caza indiscriminada está acabando con las iguanas.

Las iguanas son un plato típico de Cuaresma porque precisamente ponen sus huevos en febrero y marzo. A las iguanas preñadas, que son más lentas, las cazan a mansalva con piedras y palos, las desgarran por sus uñas y tendones y la amarran para abrirles la barriga con cualquier cuchillo y de cualquier manera, y luego les dejan mal cosidos los vientres, para que los animales mueran poco después por infección o desgarramiento, y las pocas que sobreviven (apenas el 5%) quedan infértiles.

Hace cuatro años, en el 2013, el Instituto Von Humboldt y Ecopetrol hicieron una alianza para salvar estos animales. Uno de los puntos que señala el Instituto es que la carne de iguana es una importante fuente de proteína alterna (en Costa Rica le llaman “el pollo de los árboles”) y por eso es importante que no desaparezca. Sin embargo, las matan más rápido de lo que se reproducen. Además, los huevos ni siquiera se utilizan principalmente para satisfacer a la población local, pues quienes más los consumen son los turistas. No se trata de dejar de comerlas (de hecho, podríamos empezar a incorporar su carne, que solo se come en el Cesar y La Guajira, a la dieta de todo el Caribe. Pero no podemos hacerlo mientras estén en vías de extinción y sin tener unas condiciones de cultivo menos crueles y que le permitan a la especie sobrevivir. “En Colombia el conocimiento básico de las poblaciones de esta especie, así como los patrones de aprovechamiento por parte de las comunidades locales, es prácticamente nulo, por lo que garantizar su manejo y conservación mediante programas de zoocría, como se ha hecho hasta el momento, resulta incierto”, dijo al periódico El Tiempo la directora del Instituto, Brigitte Baptiste.

Mirar con amor al Caribe, valorar lo propio, también es conservar nuestra flora, nuestra fauna y nuestros recursos. Las iguanas han sido uno de los animales más emblemáticos del paisaje de la región, y desde hace más de 30 años nos están advirtiendo que cambiemos nuestras prácticas. Es hora de hacerlo.

@Catalinapordios