Euclides limpia sus uñas repletas de tierra y abono en el agua cristalina de la ciénaga. Había terminado de sembrar, en compañía de voluntarios de la Cruz Roja y profesores de la Universidad Simón Bolívar, más de cien plántulas de mangle salado. El hombre, con 70 años recién cumplidos, madrugó porque sabe, más por viejo que por diablo, que esta planta no es amante del sol de mediodía.

Euclides es, aún, enérgico y erguido. Lleva más de cuarenta años en esta práctica que la aprendió de su padre y de los pescadores nativos del corregimiento de La Playa, quienes se escabullían del inclemente sol para sembrarlos.
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Las décadas de experiencia le confirieron el poder de sentenciar que para sembrar un mangle se necesita amor, pues si no se realiza con cuidado, la muerte de la plántula es segura.
“Hay que saber sembrar con calmita y por etapas. Lo más recomendable es hacerlo desde las 6:00 a. m. hasta las 10:00 a. m., puesto que el sol del mediodía daña la raíz”, sugirió.
El experto y vendedor de mangles recoge las semillas a las orillas de la ciénaga; luego, las descontamina por cuatro días en agua; posteriormente, las siembra en una caneca, y a los cinco días nace una rama pequeña o “rabito”, como prefiere llamarlo.
“Cuando surge el rabito ya tengo la bolsa llena (de abono). Ahí deposito la semilla y dura aproximadamente 25 días para germinar. Cuando está germinado, se le vierte agua salobre un día por medio”, explicó Euclides, quien fue enfático en que es importante utilizar agua salobre –una combinación entre agua salada y dulce–, ya que los manglares necesitan de este equilibrio para cumplir con su ciclo de vida.
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Tras alcanzar una altura de 25 a 30 centímetros se puede transportar el mangle salado a la ciénaga. Para esto, Euclides recomienda sembrarlo apartado de la orilla, ya que en esta residen los mangles rojos. Y, finalmente, aconseja regar el agua en diferentes líneas, puede ser de derecha a izquierda o a la inversa.
El mangle salado, y sus otras variantes, funciona como un escudo ecológico que resguarda a la ciudad, a la fauna y flora. Su término no es arbitrario: las hojas de esta plantas saben a sal.
Incluso, Euclides, mientras pasa la hoja por su lengua para comprobar lo que dice, teoriza que durante el día absorben toda la contaminación y que en la noche lo sudan en forma de sal. De esta forma, y en sus propias palabras: “En el día recoge lo malo y en la noche lo bota”.
Una práctica de doble filo
Expertos concuerdan en que la práctica de cultivar mangles es crucial. No obstante, se debe llevar a cabo con responsabilidad, de lo contrario, se perjudica aún más a los ecosistemas.
Adriana Gracia, docente de la Uniatlántico y especialista en estudios costeros, explica que con la restauración de mangles se apoya la recuperación de ecosistemas degradados y se potencializa el hábitat de aves, peces y crustáceos, así como se generan recursos económicos para las comunidades locales.
“Cultivar mangles es una inversión invaluable para la salud de los ecosistemas costeros y el bienestar de las personas”, expresa Gracia.

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A su turno, Juan Restrepo, director del Instituto de Desarrollo Sostenible de la Uninorte, enfatiza en que la importancia de la siembra radica en que con ella se potencializa la captura de dióxido de carbono y el ciclo del carbono, lo que permite mitigar la contaminación.
En ese orden de ideas, Restrepo define a los mangles como un mecanismo de defensa natural: “Lo que hacen es crecer verticalmente en los suelos y crean un mecanismo de defensa que está asociado a algo que se conoce como respuesta morfológica”.
Por otro lado, Nelson Rangel, docente y geólogo de la Uniatlántico, concuerda con que esta práctica es esencial para la lucha contra el cambio climático.
No obstante, cuestiona que puede generar impactos negativos si no se realiza correctamente, ya que puede alterar los ecosistemas locales y afectar la flora y fauna nativa.
“El establecimiento de grandes plantaciones de manglares en zonas que antes eran otros ecosistemas, como pastos marinos o humedales salinos, puede cambiar la dinámica ecológica y afectar la biodiversidad”, agrega.
Un esfuerzo mancomunado
Investigadores de la Universidad Simón Bolívar encontraron que una de las zonas de mangles de la ciénaga de Mallorquín está siendo afectadas por hipersalinidad, lo cual es una condición estresante para los mangles teniendo en cuenta que necesitan de un equilibrio de agua dulce y salada para sobrevivir.

De esta manera, los académicos, financiados por recursos de regalías, desarrollaron el proyecto Ecosistemas Marino-Costero, el cual prueba una tecnología con bacterias endófitas de manglar, encapsuladas en esferas de alginato, que podrían favorecer el crecimiento de las plántulas en condiciones de estrés salino y sequía.
Dentro de las etapas del estudio se encuentra una jornada de siembra que se llevó a cabo el pasado 11 de febrero en horas de la mañana, la cual contó con la participación de la comunidad.
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Durante la mañana, sembraron 150 plántulas de mangle negro (mangle salado), divididas en tres grupos: 50 cuentan con la tecnología bacteriana, 50 sin tecnología y 50 de esferas con agua.
“Estamos realizando una siembra para probar si la tecnología justamente funciona para que las plántulas de manglar, en este caso mangle negro, se adapten a estas condiciones”, notifica Hernando Bolívar Anillo, profesor de la Unisimón y miembro del proyecto.
Y agrega que “la siembra va acompañada de un monitoreo permanente. Lo haremos de manera manual con un seguimiento con fotografías, visitas de campo, pero también con vuelo de drones que lo vamos a hacer entre cada 15 o 30 días”.
A su turno, Humberto Barragán, coordinador local del proyecto Resiliencia Climática para América Latina y el Caribe, dio a conocer la vinculación de la Cruz Roja con esta propuesta que, a su vez, busca fortalecer procesos comunitarios para restaurar y proteger estos ecosistemas. A su vez, reitera el compromiso que tiene dicha entidad con la sostenibilidad ambiental.
“Desde hace más de dos años venimos desarrollando un trabajo importante con miembros de la comunidad de La Playa, que son aledaños a este sector de la Ciénaga de Mallorquín. Realmente la comunidad ha sido muy importante, porque muchos de ellos conocen la dinámica de estos ecosistemas desde hace mucho tiempo. Vienen haciendo procesos de restauración, sembrando, y realmente son los verdaderos artífices de que esto funcione”, indica Barragán.
Alerta por estado de degradación
De acuerdo con los especialistas, el Atlántico cuenta con 700 y 800 hectáreas de manglar, principalmente en Mallorquín, en la zona de Astilleros, Bocatocino, Puerto Caimán y Puerto Velero. Por su parte, en la región Caribe, los manglares cubren aproximadamente 85.000 a 95.000 hectáreas.
Los departamentos con mayor cobertura de manglares son La Guajira, Magdalena, Córdoba y Sucre, donde se encuentran ecosistemas extensos como los de la Ciénaga Grande de Santa Marta (uno de los sistemas de manglares más importantes del país) y el Delta del Río Sinú.
Juan Restrepo, director del Instituto de Desarrollo Sostenible de la Uninorte, alertó por un estado de degradación importante, el cual estaría asociado al estrés hídrico por la ausencia temporal de fuentes de agua dulces. El especialista indicó que el panorama no es bueno porque presentan bajo crecimiento, suelos no tan ricos en orgánica y, mineralmente, tienen tensores antrópicos en el borde del manglar.
“Esa degradación está asociada a actividades como la tala de manglar para relleno de áreas, generar zonas de recreo o aprovechamiento, contaminación de aguas, que es el caso de Mallorquín”, explicó.