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Diana Izquierdo daba la última lazada. Frente a ella, un maniquí esperaba que fuera colgado sobre él, la blusa azul que acababa de nacer entre sus dedos. Parece simple, pero no lo es. Detrás hay semanas de puntadas, paciencia y sobre todo, pasión, de esa que se hereda y se transmite.

Alrededor, en la Plaza de la Paz, otras 39 mujeres como ella, celebran este 13 de julio el Día Nacional de la Tejedora, un oficio que dejó de ser un simple pasatiempo para hacer de la lana y el hilo, herramientas de transformación, donde hoy son ejemplo con su proyecto ‘Manos empoderadas’.

Nacida en Cartagena, criada en Soledad desde su adolescencia y ahora barranquillera por adopción, Diana es de esas mujeres que convierten una crisis en oportunidad. Con su emprendimiento ‘Wall Creations’, se ha ganado el corazón de muchos gracias a sus amigurumis, esas pequeñas figuras tejidas a crochet.

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Aprendió a tejer a los 11 años, cuando su mamá le enseñó a hacer cintillos. Pero fue en plena pandemia, en medio de la incertidumbre global, que esa semilla dormida volvió a florecer.

Orlando Amador

“Yo decía: ‘Tengo que hacer algo’. Vi unas mochilas y me puse a aprender sola. Busqué tutoriales en YouTube, aprendí a hacer el cambio de color y logré hacer una figura. Dije: ¿será que yo soy capaz? Lo hice, y aquí estoy”.

Tejer hilos de esperanza

La mente detrás de estas ‘Manos empoderadas’ es Rosario Contreras, fundadora de una iniciativa sin ánimo de lucro que hoy agrupa a cerca de 100 mujeres tejedoras en Barranquilla. Un proyecto que nació del dolor. “Tuve una pérdida muy fuerte. Luego vino la pandemia y en ese momento empecé a vivir episodios de ansiedad que ya no podía controlar”.

Pero una noche cualquiera, mientras buscaba consuelo, Rosario abrió sin querer una puerta a su nueva vida. Entró al cuarto de su hija, vio una aguja de crochet y una pita olvidada. “Me agaché, agarré la aguja y empecé a hacer cadenetas. Cuando vi que mis manos aún sabían cómo hacerlo, me maravillé”.

Orlando Amador

No volvió a ser la misma, se sumergió en YouTube, aprendió nuevas técnicas, y tejió sin parar, pero no se quedó ahí. Quiso compartir lo que había redescubierto. “No me lo quise guardar para mí. Quise ayudar a otras mujeres. Y con el apoyo de mi hija, de amigas, de vecinas como la señora Lila, y de la profe Janet que nos certifica con el Sena, nació Manos Empoderadas”.

Ya tienen tres grupos certificados y fueron las primeras en celebrar oficialmente en Barranquilla el Día Nacional de la Tejedora, cuando el año pasado decidieron no viajar a Cartagena, sino hacer su propia conmemoración en casa. “¿Por qué no celebrar en nuestra ciudad? Llamé a personas, les conté la idea, y nos apoyaron. Fue el primer evento de su tipo aquí. Lo que queremos es que valoren su trabajo, que muestren su talento y que salgan adelante porque esto requiere tiempo, paciencia y corazón”.

Una forma de sanar

En definitiva, tejer ha sido un escape para muchas. Así lo fue para Irama Rodríguez, quien llegó hace tres años al proyecto tras quedar viuda, El silencio de la ausencia la obligó a buscar un refugio, y lo encontró en el crochet. “Tejer fue mi escape. Cuando uno cuenta puntos, se olvida de todo lo malo, te concentras, te relajas, te sueltas. Yo siempre he dicho que estamos tejiendo historias para soltar los nudos que llevamos por dentro”.

Orlando Amador

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Ella misma lidera su propio emprendimiento enfocado en muñecos personalizados. Si alguien quiere una figura que tenga su color de cabello, el tono de sus ojos o un detalle muy íntimo, Irama lo hace.

Orlando Amador

“Mi fuerte son los amigurumis. Son muñecos que tienen historia. La técnica es japonesa, y antes, cuando alguien moría, hacían dos muñecos: uno se enterraba con la persona fallecida y el otro se quedaba con la familia. Eran como una compañía. Para mí, el amigurumi es ese amigo silencioso que escucha todo y no dice nada, no hay chisme, no hay juicio, solo compañía”.

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