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Murió Mario Vargas Llosa y con él, se apaga una de las voces más lúcidas, combativas y narrativas del siglo XX y XXI. Tenía 89 años y falleció en su residencia de Lima, la ciudad que lo vio nacer y a la que volvió en sus últimos años, tras décadas de exilio voluntario entre París, Londres y Madrid.

La noticia, confirmada por sus hijos, ha estremecido al mundo literario, político y cultural, que hoy despide a uno de sus más brillantes escritores.

Su partida hace recordar el instante en que Vargas Llosa pasó al panteón de los elegidos: la mañana del 7 de octubre de 2010, cuando la Academia Sueca anunció que el Premio Nobel de Literatura era suyo.

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Fue un amanecer distinto en el Perú. En las radios, en las esquinas, en los colegios, en las universidades, el país entero pronunciaba su nombre con orgullo.

“Por su cartografía de las estructuras del poder y sus aceradas imágenes de la resistencia, la rebelión y la derrota del individuo”, argumentó el jurado.

Mario Vargas Llosa ganó el Premio Nobel de Literatura en 2010 por su obra en general, que incluye La ciudad y los perros (1963), Conversación en la Catedral (1969), La tía Julia y el escribidor (1977), y La fiesta del chivo (2000).

No quiso morir en vida

Ha fallecido, pero en sus propias palabras, jamás quiso morir en vida. En una conversación íntima con su hijo, el periodista Álvaro Vargas Llosa, el escritor confesó uno de los dilemas más insólitos que enfrentó luego de haber alcanzado la cima de la literatura mundial.

“Es un premio que tiende a enterrar, a convertir en estatuas a los escritores, como si realmente ya hubiera acabado su experiencia literaria y vital”.

Vargas Llosa no se engañaba. Sabía que ganar el Nobel era, para muchos, el punto final. “La idea general es que si alguien ha ganado el premio, de alguna manera su carrera literaria ha terminado”.

Y es que tenía compromisos con universidades, entrevistas, homenajes y ceremonias que consumen tiempo y energía, mientras el escritor se vió obligado a responder a la pregunta ¿Y ahora qué?

“Si uno está vivo todavía, se siente muy desmoralizado. Uno trata de demostrar que eso no es verdad, que existe una vida literaria después del Nobel, que uno puede seguir escribiendo”.

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Y él lo hizo. Con pasión, con disciplina. Novelas como El héroe discreto, Cinco esquinas y Tiempos recios son pruebas contundentes de que Vargas Llosa siguió creando después del Nobel. No por obligación, sino porque escribir, para él, era una forma de respirar.

“Bueno, yo creo haberlo demostrado, ojalá no me equivoque. No me siento un cadáver después del Premio Nobel”.