En medio de un ambiente de recogimiento, esperanza y devoción, el arzobispo de la Arquidiócesis de Barranquilla, Monseñor Pablo Emiro Salas, hizo su entrada a la Catedral Metropolitana María Reina acompañado por el padre Álvaro García, párroco del templo, y un grupo de monaguillos vestidos de blanco y rojo para dar inicio a la eucaristía de este Domingo de Ramos.
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La procesión avanzó con la presencia de los feligreses, quienes sostenían en alto sus palmas benditas, con el corazón dispuesto para vivir uno de los momentos litúrgicos más significativos del calendario cristiano.
Para darle apertura a la misa, Monseñor Pablo Emiro Salas, manifestó sus primeras palabras recordando que la Semana Santa también es una oportunidad de reencontrarse con el sufrimiento ajeno y abrazarlo desde la oración y la comunión espiritual.

“Todo esto para que los que por diversas circunstancias no pueden estar con nosotros, se sientan acompañados, y para que nosotros, a su vez, seamos solidarios con el que sufre”.
Desde el altar, invitó a los fieles a elevar sus plegarias junto a las intenciones de aquellos que no pueden asistir físicamente: “Señor, desde aquí nosotros rezamos con ustedes, y ustedes en el silencio del corazón, en el silencio del lecho de enfermos, o allá en el silencio de una celda, también oren con nosotros”.
“Estás tú caminando o estás sentado en tus pesimismos?”
“¿Estás tú en camino? ¿Estás tú caminando? ¿O estás sentado en tus pesimismos, o sentado en tus presunciones?”, con estos interrogantes inició Monseñor Pablo Emiro Salas, la homilía de la eucaristía.
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Describió a Cristo no como un hombre que se detenía en la comodidad o el ego, sino como un peregrino del dolor y del amor, que avanzaba con decisión hacia Jerusalén, evocando la muerte, entrega, redención.
“Jesús no vivió su vida aceptada, no rompió su paz aceptada, seguía andando. Era un caminante. Su andar fue guiado por la voluntad del Padre, no por el miedo ni la vanidad”.
Luego, el arzobispo se dirigió sin rodeos a la conciencia de los presentes, confrontando los estilos de vida de quienes, según él, “han dejado de caminar”, inmovilizados por el ego o la desesperanza:
“Hoy muchos, en sus presunciones, piensan que no necesitan de Dios, de la madre, de la Palabra. Viven con un ‘video en la cabeza’ creyendo que la vida es solo pasarla bien… pero cuando llega el sufrimiento, cuando llega la trama, no saben qué hacer con ello.”
Oído de discípulo
También invitó a los fieles a recuperar un sentido perdido en medio de la prisa de la rutina diaria: la escucha.
“Tenemos que pedirle al Señor que nos dé ese oído del discípulo. Ese oído abierto que nos permita escuchar a Dios cuando pasa por nuestra vida, con esa voz única de Jesús, que habla como nadie nunca nos ha hablado”.
En su prédica, monseñor profundizó en el drama de una sociedad que, sumida en el ruido y el egoísmo, ha perdido la capacidad de oír la voz divina.
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“Cuando tengas el oído abierto, ya no verás la vida como una alfombra por la que caminas sin rumbo. Ya no culparás al destino, a la suerte o a los demás de lo que te ocurre. Empezarás a entender que muchas de tus caídas vienen de tus propios engaños y pecados”.
Y en este tiempo litúrgico que recuerda la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, el arzobispo insistió en que es el Espíritu Santo quien permite escuchar a Dios y convertir su palabra en consuelo para otros.
“La Iglesia, tu familia, tu trabajo, necesitan de hombres y mujeres con el oído abierto y lengua de discípulo, que puedan consolar, levantar, admirar, resaltar lo bueno en los demás. Hombres y mujeres que no solo escuchen, sino que hablen con ternura, con esperanza”.
Peregrinos de la esperanza
En su reflexión final, monseñor enlazó su mensaje con el llamado del Papa Francisco en este año jubilar, donde el Santo Padre invita a todos a ser peregrinos de la esperanza, recordando que solo quien vive de Cristo puede convertirse en portador de este estado de ánimo para los demás:
“Esperanza para quien ya no cree en nada. Para quien no espera nada. Para quien está hundido en sus miedos, en sus fracasos, en sus egoísmos”.
Así, bajo el techo de la Catedral y frente a un pueblo creyente, monseñor Salas volvió a sembrar en los corazones la urgencia de escuchar a Dios para vivir con sentido, para vivir con amor, y sobre todo, “para ser esperanza viva en un mundo sediento de fe”.