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El drama que viven cientos de familias venezolanas no solo se evidencia en Barranquilla y en Atlántico. Miles de venezolanos y retornados también han hecho presencia en cada uno de los rincones de la Región Caribe, en donde se rebuscan para vivir, comer y enviar dinero hasta el vecino país.

Maicao, Riohacha, Santa Marta, Cartagena, Barranquilla y Valledupar son las ciudades más receptoras de estos migrantes, mientras que Montería y Sincelejo son las de menor incidencia.

Es común ver diariamente en estas ciudades que las extenuantes jornadas de trabajo que desarrollan a pleno sol no tienen la compensación de un placentero y merecido descanso por la noche, pero aun así perseveran y sostienen con fe ciega que 'vienen para salir adelante'.

La informalidad comercial es el mayor medio de subsistencia que han encontrado, pero hay quienes con suerte hallaron un trabajo estable en áreas como la construcción, la hotelería, la mensajería y la mecánica automotriz, entre otras.

Algunas mujeres engrosaron la lista de trabajadoras sexuales, en una abierta competencia con las nacionales.

El hacinamiento en habitaciones baratas es común, como lo es también verlos descansar en las terrazas. Son pocos los que a través de la delincuencia buscan sostenerse.

El sacrificio

'Solo se ha perdido cuando se deja de luchar' fue la frase de Zoila Amado como respuesta al preguntarle por qué insiste en estar en Santa Marta si se le nota el sacrificio y el agotamiento físico por su duro trabajo en las calles. Ella es una joven de 18 años nacida en el municipio Machiques de Perijá, Estado Zulia, y desde hace dos meses vende bolsas de plátanos.

Sus ganancias le dan para pagar una pieza dónde dormir, alimentarse (no como quisiera) y hasta para girarle a sus familiares.

A Raciel Del Valle González, de 20 años, le entristece recordar que, embarazada, dormía en el piso, arropada con una cobija, en el Parque La India, de Riohacha. Hace poco, en el hospital Nuestra Señora de los Remedios, dio a luz.

'Es difícil e incómodo dormir así, pero preferimos esto a volver allá, a donde no hay nada, donde no hay ni comida, ni empleo', afirmó.

Aguasanta de la Caridad Ruiz Baduel, de 25 años, llegó a Valledupar procedente del Estado Miranda con un primo y una hermana, y sin pena comentó que en su patria se está pasando hambre. Es estudiante de fotografía y técnicas audiovisuales, pero actualmente vende chocolates en las calles vallenatas.

'Allá (en Venezuela) tengo mi casa, mis comodidades, pero lo que uno gana no es suficiente; acá al menos, con el cambio de la moneda, vale la pena trabajar, así sea en lo informal', anotó.