Los estragos del vendaval que azotó a Barranquilla, municipios del área metropolitana y otros más distantes, como Palmar de Varela, Baranoa, Sabanagrande, Tubará, Ponedera o Polonuevo, todavía son evidentes en decenas de barrios afectados, casas, infraestructuras y escenarios deportivos destechados o dañados y en un sinnúmero de árboles, redes eléctricas y postes caídos

La dimensión de lo sucedido en la noche del lunes fue directamente proporcional a la conmoción que causó entre quienes no daban crédito a lo que veían en tiempo real, a través de sus ventanas, o en las imágenes que inundaron las redes sociales. Casi nunca somos testigos cercanos de fenómenos meteorológicos extremos que ocasionan no solo grandes destrozos, también temor.

Pese a la gestión eficiente del Distrito, autoridades municipales, de la Gobernación, Cuerpos de Bomberos, Policía, organismos de socorro y empresas de servicios públicos, que desde el primer momento han dado respuesta a las incontables situaciones de emergencia afrontadas por los ciudadanos, pasarán días antes de que la normalidad se retome por completo. Es imprescindible que se mantengan articulados los esfuerzos de las distintas entidades para solventar lo antes posible la afectación de los damnificados, reparar las instituciones educativas averiadas a fin de restablecer las clases en condiciones seguras y recuperar con celeridad el fluido eléctrico, tan indispensable por nuestras necesidades de enfriamiento y refrigeración. Eso debe ser prioritario.

Ahora bien, una vez superada la emergencia conviene detenerse a hacer un análisis crítico de lo ocurrido. No para señalar, responsabilizar o culpar a alguien en particular por el impacto de una tormenta catastrófica como fue esta, lo cual sería insensato teniendo en cuenta la incontrolable fuerza de la naturaleza. Sin embargo, lo sucedido sí debe reforzar nuestra consciencia individual y colectiva sobre cómo los eventos meteorológicos extremos están siendo cada vez más frecuentes e intensos. La razón es simple: sin acciones ni medidas drásticas la actual crisis climática se hará cada vez más dramática, de modo que adaptarnos a esta realidad incontestable no es una opción, sino una decisión correcta e inteligente que no da espera alguna.

Este llamado de fondo que convoca a las administraciones públicas a trabajar de forma coordinada, también a la ciudadanía a hacer mucho más para contener el acelerado avance del cambio climático, no impide mirar con lupa las actuaciones de nuestras entidades responsables ante la ocurrencia de un fenómeno extremo. Si bien es cierto que nos encontramos en plena temporada de huracanes en el Caribe, no queda claro si el Ideam emitió una alerta oportuna para avisar del paso de una onda tropical que asociada a las altas temperaturas provocó el vendaval.

Echando un vistazo a sus pronósticos en la red social X y en la página web del instituto ningún reporte previo al de las 6 de la tarde anticipaba el tránsito de un sistema de baja presión. ¿Lo conocían o no? ¿Se formó de un momento a otro? Es inexcusable que no se informe de forma precisa y con tiempo sobre la inminencia de un fenómeno meteorológico con potencial de causar afectaciones. El invaluable servicio del Ideam, organismo trascendental en el preocupante escenario del cambio climático, se estima esencial. Si pierde visibilidad o, aún peor, credibilidad ante la opinión pública, las consecuencias serían nefastas. Ahí está el caso de la cuestionada Ungrd, que lidera precisamente el crucial Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres.

Pues bien, fenómenos climáticos de esta magnitud o incluso más severos necesitan previsiones exactas y reacciones diligentes. Fortalecer planes de acción para estar preparados cuando los enfrentemos debe ser un objetivo primordial de las autoridades en Atlántico, sobre todo porque nuestro territorio costero por su vulnerabilidad, como lo advierten los científicos, sufrirá de recurrentes olas de calor, precipitaciones intensas, fuertes vendavales y otros eventos sin precedentes que nos pondrán a prueba. No demos espacio a que nos cojan sin saber qué hacer ni dejemos que el Estado sea el único que tome decisiones claves sobre nuestro futuro climático.