Móviles geopolíticos, históricos y económicos enmarcan el conflicto entre Rusia y Ucrania, que lejos de distenderse, cada día toma un matiz diferente, al punto de generar incertidumbre en la comunidad internacional sobre si esta escalada haría regresar a los oscuros días de la Guerra Fría, que amenaza con consecuencias a nivel global.

Si bien el conflicto entre ambas naciones postsoviéticas no es nuevo, y ha tenido como epicentro la disputada península de Crimea –que Rusia se anexionó en 2014–, en los últimos meses la presencia militar rusa se ha incrementado de manera exponencial en la zona, lo cual ha sido incluso calificado por Jens Stoltenberg, secretario general de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como “la mayor acumulación de tropas rusas” desde hace siete años.

Allí, según ha denunciado Kiev (ciudad capital), se han presentado ejercicios militares a gran escala, y se habla de más de 114 mil soldados desplegados en diferentes regiones, entre los cuales hay miembros de las fuerzas marítimas, aéreas e infantería rusa.

La situación preocupa a Occidente, que alerta de una inminente invasión rusa a Ucrania, pese a que el presidente Vladimir Putin ha desestimado en varias ocasiones dicha afirmación, al tiempo que lanza advertencias a Bruselas, Washington y los miembros de la OTAN. ¿Un retorno a la Guerra Fría?

¿El trasfondo? Un punto estratégico en el Mar Negro que Rusia no está dispuesto a perder; un antiguo aliado en la desaparecida Unión Soviética que el kremlin busca recuperar; un Occidente que no piensan dejar expandir y unas alianzas (Rusia, Irán y China, entre otros) que quieren fortalecerse y establecer fuertes comunes, entre una larga lista.

De igual forma, el báltico y el Mar Negro se han convertido en el campo de exhibición de poderío militar y no se descarta la llegada de más tropas de parte y parte para asegurar la presencia de fuerza permanente allí, esto sumado a que países como Suecia y Dinamarca, alarmados por la situación, también han reforzado sus tropas en la región, todos con las armas listas por si se desata el caos.

En otro frente se encuentra el controvertido gasoducto Nord Stream 2, que fue construido por un valor de 12 mil millones de dólares con el fin de llevar gas a Europa. En la actualidad la infraestructura pasa por Ucrania, lo cual constituye para Occidente, según dijo Jake Sullivan, consejero nacional de Seguridad de la Casa Blanca, en el talón de Aquiles de Rusia, pues de intentar algún tipo de maniobra sería bloqueado para impedir el flujo por la tubería, lo cual afectaría directamente a la economía.

Pero en el medio, en lo más profundo e invisible del conflicto, se encuentra una Ucrania dividida que ha quedado en medio de las estrategias militares de las partes y que ha padecido una guerra en la que, según denunció su propio presidente, Volodímir Zelenszki, han perdido la vida al menos 14 mil personas. La tensión es alta, y la comunidad internacional se encuentra a la espera de la respuesta que esta semana Washington daría a Moscú respecto a la exigencia de prohibir una entrada de Ucrania a la alianza y de una retirada de la OTAN de Europa del Este.

La imposición de sanciones hacia Moscú ronda por un lado, mientras las amenazas se han convertido en el pan de cada día por el lado ruso, al tiempo que varios países del mundo claman por el diálogo como única salida a la crisis, un pedido más que justo en momentos en que el planeta afronta situaciones que ameritan, en lugar de conflictos bélicos, esfuerzos como humanidad con la presencia de la pandemia por la covid-19.