Ante el sostenido incremento de casos confirmados de covid-19 en Colombia durante los últimos quince días, con un promedio de 2.100 contagios y 38 decesos diarios, la pandemia muestra señales inquietantes en determinadas zonas del país. Vale la pena estar atento para evitar exponerse innecesariamente en una época de intensa movilidad e interacción social.
Repasando la situación epidemiológica nacional, la tasa de positividad se encuentra al alza, con especial incidencia en la ciudad fronteriza de Cúcuta y el conjunto del departamento de San Andrés; y en menor medida en Santa Marta, La Guajira, Putumayo, Armenia y Barranquilla, donde la autoridad sanitaria hace bien al pedir el fortalecimiento de estrategias de comprobada eficacia como la vacunación y la búsqueda activa de contactos para mitigar riesgos.
Ciertamente es lo que procede cuando se trata de anticiparse a los efectos de nuevas infecciones que desencadenen eventuales aumentos en hospitalización de pacientes, ocupación de camas uci o ascenso de mortalidad. Esta es una relación invariable que conocemos bastante bien, y por tanto nadie debería subestimar su alcance. Cada esfuerzo cuenta para evitar ser autocomplacientes en el seguimiento de esta prolongada, pero sobre todo agotadora pandemia a punto de cerrar su segundo año entre nosotros.
También es indudable que sin el avance de la inmunización, especialmente en los grupos de riesgo, otra sería la historia de esta cuarta ola por la que se transita desde hace semanas. Puntualmente, en Barranquilla, donde más del 90 % de su población mayor de 12 años cuenta con al menos una dosis y el 60 % completó su esquema, la protección proporcionada por la vacuna ha permitido mantener bajo control el impacto del actual brote. Depende de todos que no tengamos sorpresas, en el entorno familiar o laboral, de cara al fin de año. La reactivación plena de la ciudad demanda mantener, todo lo que sea posible, las mínimas normas de bioseguridad.
La exigencia del carné de vacunación con esquema completo para ingresar a sitios públicos y eventos masivos, implementada en Barranquilla desde hace más de dos semanas y que será una realidad en el resto de Colombia a partir del 1 de diciembre, se ha convertido en el mejor incentivo para acelerar la vacunación. Era la respuesta esperada frente a una herramienta que, pese a la innegable polémica que suscita, debería ser percibida como un aliciente para impulsar este proceso y no como una obligación restrictiva y arbitraria.
Como no ocurría hace mucho tiempo, en los centros de inmunización se observan largas filas, en particular de jóvenes que buscan ser vacunados para evitar limitaciones en sus libertades cuando acudan a bares, restaurantes, billares o discotecas. Los registros de vacunación, que superan las 400 mil dosis por jornada, corroboran el cumplimiento de la medida. A esta altura, los menores de 35 años reconocen, así sea a regañadientes, que el carné es hoy el salvoconducto para entrar a sus sitios favoritos, mientras se empieza a alcanzar el nivel de protección requerido en los grupos etarios reticentes a inocularse.
Aunque los resultados son visibles, aún resultan insuficientes para asegurar total tranquilidad. La pandemia no está controlada en lo absoluto y la única forma de ir un paso delante de ella es vacunándose. Lamentablemente las gestantes siguen muriendo por no inmunizarse, existen rezagos importantes en el refuerzo para los mayores de 60 años y 4,2 millones de ciudadanos todavía no completan su esquema. Nadie debería pagar las consecuencias de que otros rechacen vacunarse. ¿Si a estos sectores de la población no se les presiona, cuál es el precio adicional que tendrían que asumir los ya inmunizados para contener la enfermedad? Valdría considerar nuevas determinaciones. Las vacunas han demostrado ser la respuesta más eficaz contra el implacable virus, pero hay que apurar el ritmo de aplicación si no queremos un enero amargo. Estamos en una carrera contra el tiempo, una carrera por la vida.