El malestar expresado por usuarios del servicio de transporte público en Barranquilla y su área metropolitana, debido a las dificultades para regresar a sus casas en la noche, no puede ser casualidad. Observar a una gran cantidad de personas amontonadas en esquinas y paraderos, esperando el bus que necesitan abordar para desplazarse hasta sus hogares, se ha vuelto una escena cotidiana en varios puntos de la ciudad. Quizás por eso es que muchos lo han naturalizado al punto de considerarlo normal. Pues no, no lo es.
Recorrer a pie largas distancias con la esperanza de encontrar un bus desocupado, aguardar el siguiente vehículo por espacio de hasta 90 minutos porque no fue posible subirse al anterior, o contrariarse lo indecible a causa de que el transporte –repleto hasta las banderas– siguió de largo son situaciones al límite de la paciencia más heroica, con las que tienen que lidiar a diario los barranquilleros, en especial los trabajadores y estudiantes que se movilicen después de las 7:00 de la noche en transporte público.
Toda una odisea que afecta su calidad de vida, pero además los expone a riesgos de seguridad adicionales en vista de que muchas de estas personas, desesperadas por volver a casa, deciden embarcarse en medios de transporte informales, como motos, taxis colectivos e incluso los buses conocidos como las ‘bestias’, cuyos temerarios conductores desconocen por completo para qué sirve la luz roja de los semáforos. Resulta absurdo pretender que estos servicios ilegales puedan ser fácilmente erradicados de la ciudad sin que exista un verdadero sistema de transporte integrado, eficiente, con disponibilidad de rutas y horarios extendidos en Barranquilla y su área metropolitana.
Si bien los usuarios terminaron por aceptar, contra su voluntad, los permanentes inconvenientes del servicio de transporte público nocturno o el de las horas pico, al que consideran deficiente, escaso y fatigoso, esto no significa que deban soportar tan penosas circunstancias de manera indefinida. La pandemia agravó la dimensión de la problemática, acrecentando la incomodidad de los ciudadanos que, como le contaron a EL HERALDO, califican su experiencia en el transporte público como “caótica y catastrófica”, por la angustia e incertidumbre a la que se enfrentan a diario.
Desconocer o relativizar críticas o cuestionamientos dirigidos al transporte público no le hace bien al progreso de Barranquilla. A decir verdad, la estanca porque se convierte en un lastre que imposibilita el aumento de la productividad de las empresas, y sobre todo priva a los trabajadores de obtener más bienestar al reducir sus posibilidades de acceder a empleos mejor remunerados. Un buen transporte público no solo permite a las personas llegar a sus destinos, también impulsa el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de una ciudad, porque mejora la velocidad de los desplazamientos de sus habitantes, logrando que ganen tiempo para su vida laboral, familiar y actividades de ocio y entretenimiento.
Mantener las cosas como están no es lo que esperan ni desean los ciudadanos que reclaman mucho más. Las empresas de buses, sin embargo, insisten en que cumplen sus horarios de inicio y cierre de labores, manejando rutas de acuerdo con el nivel de la demanda. El Área Metropolitana de Barranquilla (AMB) indica que en la actualidad circulan 113 rutas vinculadas a operadores habilitados, cuyas frecuencias varían dependiendo de la disponibilidad de vehículos. En el caso de Transmetro, el sistema señala que funciona hasta las 9 de la noche. Ante estos argumentos, es inevitable preguntarse, si todo marcha tan bien, ¿por qué la gente se queja? Claramente existe una causalidad que debería ser analizada por todos los actores involucrados en esta problemática en una mesa común, en vez de ofrecer explicaciones políticamente correctas a manera de defensa, cada uno por su lado, que no dejan satisfechos a su razón de existir: los usuarios.