Nuestro Caribe colombiano celebra por estos días una noticia que enaltece su cultura. Se trata del concepto favorable del Consejo Nacional de Patrimonio con respecto al universo champetero, una de las expresiones más trepidantes surgidas desde nuestro territorio y de paso, también sea dicho, una de las más estigmatizadas durante décadas.

La champeta, entendida ya oficialmente como un universo cultural y no únicamente como un género musical, se encamina a ser reconocida como patrimonio cultural de Colombia, algo que debe ser considerado como un verdadero acto de justicia histórica.

Este paso recorre el camino que otros ritmos de nuestra región ya han transitado; como por ejemplo, el Festival de la Leyenda Vallenata, gran conservador de la música de acordeón, que recibió la declaratoria de patrimonio nacional a través de la Ley 739 de 2002 del Congreso de la República; mientras que la cumbia quedó protegida por el Gobierno nacional desde el 12 de octubre de 2022. En ese mismo año, el porro también corrió con el mismo destino. Cada distinción ha tenido un propósito claro, encaminado a blindar la memoria, fomentar la transmisión de saberes y evitar que el tiempo –o la indiferencia– terminen sepultando esta manifestación.

En el caso del universo champetero, el reconocimiento abarca 11 expresiones culturales que dan forma a un ecosistema de estéticas, lenguajes y prácticas sociales que han resistido la discriminación y el olvido. Allí, el picó, esa emisora ambulante que transformó barrios y plazas en territorio sonoro, ahora deja de ser visto como un aparato y se convierte en columna vertebral de una identidad.

La champeta nació especialmente en el departamento de Bolívar, donde los ritmos africanos, antillanos y la inventiva urbana se mezclaron para crear un lenguaje propio que no necesitó aprobación externa para florecer. Sin embargo, la historia ha demostrado que el reconocimiento oficial es necesario para garantizar que las expresiones culturales no se desvanezcan.

La salvaguardia que próximamente el Ministerio de Cultura deberá oficializar abraza además de la música, la danza, la jerga, la gráfica, la creación artesanal y la cultura picotera en su totalidad.

Lo que viene ahora no es un trámite burocrático, sino una obligación institucional, la implementación del Plan Especial de Salvaguardia (PES), presentado por la Fundación Roztro, que convierte esta declaratoria en un compromiso de Estado.

Espacios de memoria, impulso a emisoras comunitarias, formación académica en universidades y escuelas barriales, así como la valoración de la gráfica y la pintura de los picós como obras patrimoniales son algunas de las acciones que deberán cumplirse. La protección ya no será meramente simbólica y deberá traducirse en hechos.

Este proceso nació del debate colectivo en 2023, liderado por portadores, artistas, artesanos, investigadores, líderes, gestores y comunidades de Cartagena, Barranquilla y los territorios palenqueros esencialmente, además de la zona del Urabá antioqueño, en la cual también existen potentes máquinas de sonido que avivan el movimiento champetero.

Uno de los defensores de esta propuesta es Viviano Torres, cantante y gestor cultural palenquero, quien calificó el concepto de favorabilidad como la culminación de una batalla contra décadas de prejuicios.

“Llevo casi cuatro décadas en esto. Después de tanta discriminación y prohibiciones, entendí que debíamos hacer de la champeta un movimiento mejor comentado, con mensajes constructivos y meterle historia y el componente académico, para que así fuese bien valorada”, le dijo Torres a esta casa editorial.

Durante más de dos años se discutió el valor de comprender la champeta como un sistema de saberes y no como un ritmo pasajero. Esa reflexión hoy rinde frutos y rompe las fronteras del prejuicio.

El país empieza, por fin, a escuchar el sentir de barrios, pueblos y casetas donde siempre se supo que la champeta es cultura en movimiento, esa que incluso ha sido protagonista en la temporada carnavalera. Hoy la Nación reconoce lo que nunca debió negarse. El Caribe le sube el volumen al picó, no para competir con otros ritmos musicales, sino para recordar que la diversidad también es nuestro patrimonio común.

Que esta declaratoria sea el inicio de la defensa de lo que somos, porque cuando la cultura gana, ganamos todos.