Al que no le gusta el caldo le dan dos tazas, y como si no fuera poco se le multiplican y con el sabor bien amargo para colmo de males. Eso es lo que le sucede a la Cancillería colombiana que ha pasado de enredo en enredo por cuenta del tire y jala por la expedición de pasaportes y por las salidas en falso del presidente de la República que es experto en la diplomacia de redes sociales y de tanto en tanto genera conflictos y crisis con otros países por la imperiosa necesidad de vivir opinando en su cuenta de X.
Y como para pelear se necesitan dos. Si por acá llueve, por allá no escampa. En este caso, en Estados Unidos quien dirige sus destinos también es reaccionario y las relaciones exteriores se manejan también al vaivén de su estado de ánimo.
Afortunadamente ya volvieron al seno de sus embajadas los diplomáticos de Colombia en Washington y el encargado de Estados Unidos en Bogotá, y, al menos por ahora, parece superada la más reciente crisis detonada por el apresurado señalamiento del mandatario colombiano involucrando en el supuesto golpe de Estado orquestado por Álvaro Leya al secretario de Estado de los Estados Unidos y al gobierno Trump.
Fue necesario recular y rectificar, no le quedó otra al presidente. No obstante, no hay que dejar de lado la dura advertencia que el embajador encargado John McNamara hizo al retornar de sus consultas en Washington. Desde Medellín dejó claro las preocupaciones que persisten en el Gobierno de su país por “la retórica y acciones de los más altos niveles del Gobierno colombiano que ponen en riesgo la relación histórica, cercana y mutuamente beneficiosa” con Colombia.
Enfatizó en que Estados Unidos continuará tomando medidas “decisivas” en materia comercial, contra la migración ilegal y en la lucha contra el narcotráfico. Al buen entendedor pocas palabras. Colombia tiene encima la amenaza arancelaria, la descertificación en la lucha contra las drogas y la deportación masiva de migrantes colombianos que permanecen bajo distintas condiciones en ese país.
Muchos chicharrones para una cancillería ahora en manos de una funcionaria que aterriza encargada y que desde antes de asumir recibió avalancha de críticas por sus posturas políticas y por no hablar inglés, el idioma de nuestro principal socio comercial y aliado estratégico.
Pero si hay algo que no le ha dado minutos de paz al Ministerio de Relaciones Exteriores es el empecinamiento del presidente Petro en evitar a toda costa que la empresa Thomas Greg & Sons (TGS) exista para algo en Colombia. Por cuenta de impedir que se firmara el contrato de la licitación que se ganó para continuar con la expedición de los pasaportes, su primer canciller, Álvaro Leyva, terminó investigado y suspendido por la Procuraduría, y ahora Luis Gilberto Murillo y Laura Sarabia también serán investigados por vulnerar los principios de planeación y responsabilidad en tan importante proceso que hoy es incierto, pues el contrato vigente está a punto de vencer el 31 de agosto y a la fecha ni hay contrato con la Casa de la Moneda de Portugal ni la Imprenta Nacional está lista y capacitada para asumir la tarea.
Inventos del flamante jefe del despacho presidencial, Alfredo Saade, quien para el Ministerio Público se extralimitó en sus funciones impartiendo órdenes a funcionarios de la Cancillería para racionalizar la asignación de citas para el trámite del documento. Evidentemente sabía que no hay manera de garantizar de forma inmediata una transición entre la firma hoy a cargo y la Imprenta.
Ahora el nuevo round del jefe de Estado es con la Registraduría, que adjudicó a la unión temporal de la que hace parte TGS el contrato para la elaboración y distribución de los kits electorales para los comicios de 2026. La misma que en cada elección suya, como senador, como alcalde de Bogotá y como presidente, se ha encargado de esa misión. TGS no contará votos, entonces, ¿cuál es la preocupación del presidente Petro?
Mientras, como ya lo hemos reseñado en estas líneas editoriales, la Cancillería sigue dando tumbos y con ella las relaciones internacionales de Colombia, direccionadas por el presidente, cuya última bandera es: “Gobiernos como el mío tienen el deber de enfrentarse a Israel”, y el rancho en Colombia ardiendo.