Hasta ahora del supuesto complot orquestado por Álvaro Leyva para desalojar a Gustavo Petro de la Presidencia es posible inferir que se trata de la conspiración delirante de un político tan resentido como peligroso, reconocido por sus antecedentes en urdir intrigas. Por tanto, es menester de la Fiscalía General que indaga ya sobre el contenido de los comprometedores audios del excanciller, revelados por el diario El País, de España, determinar el verdadero alcance de su temerario plan que ha suscitado total rechazo, condición indispensable cuando la democracia está bajo eventual riesgo.
Dicho esto, no deja de ser desafortunado que el presidente, su entorno del Pacto Histórico y sectores afines decidieran politizar el hecho para validar su obsesivo relato de un golpe de Estado. Han dado como veraces las insidiosas afirmaciones de Leyva, quien habría buscado en Estados Unidos el respaldo de la administración Trump, del secretario de Estado, Marco Rubio, vía reuniones con congresistas republicanos, para tumbar al mandatario y poner en su lugar a la vicepresidenta.
Aunque todos los implicados han negado su vinculación a la trama golpista, en particular Francia Márquez, quien demandó una investigación “a profundidad”, el mandatario persiste en amplificar sus denuncias de un golpe de Estado “en flagrancia”, al que también vincula a sectores políticos, medios de comunicación y estructuras del crimen organizado, Eln y Clan del Golfo, que dice, habrían actuado de forma coordinada con Álvaro Leyva para sacarlo del poder. Y mientras arremete contra sus demonios de siempre, refuerza la reiterativa idea de que el complot en su contra hace parte del lawfare o guerra judicial de poderes ocultos contra los gobernantes progresistas de América Latina.
Con esta nueva trapisonda que lo retrata a la perfección, Leyva corroboró que no existe peor cuña que la del mismo palo. De ser el primer áulico de la corte petrista pasó a convertirse en una de sus principales amenazas, luego de ser repudiado por el caudillo. Pese a sus usuales lisonjas, en el inicio de 2024 el entonces canciller comenzó a ser blanco de sospecha, cayó en desgracia por el contrato de los pasaportes, perdió el pulso de poder contra el omnipotente Benedetti, y fue expulsado del paraíso populista. Cría cuervos y te sacarán los ojos. O, aún peor, revelarán tus secretos prohibidos.
No cabe duda de que el curtido político con sus explosivas cartas, en las que se ha regodeado en punzantes acusaciones contra Petro –como la de su incapacitante adicción a las drogas que pormenorizó con escatológicas referencias– refrendó aquello de que la venganza es un plato que se sirve frío. Si Leyva recreó en su paranoico universo de resentimiento la intentona golpista para derrocar al jefe de Estado o, todavía más grave, si efectivamente dio pasos para hacerlo realidad, deberá afrontar las consecuencias ante la justicia. Acaba de ser denunciado por el abogado del mandatario por los delitos de conspiración, traición a la patria, instigación para delinquir, calumnia e injuria. De modo que le conviene aclarar si todo esto ha sido producto de su habitual fanfarronería.
Y ya puestos a pedir, sería deseable que el presidente Petro enfocara sus esfuerzos en atender las crisis de seguridad, de energía o salud que crecen en los territorios, en vez de azuzar el dramatismo de una situación de alarma por la narrativa del golpe de Estado en su contra. Aunque el mandatario insista en hacernos creer que todo lo que ocurre en el país gira en torno a su figura, como parte de su estrategia de victimización, es disparatado que ahora vincule la investigación por los gastos de su campaña electoral, el proceso judicial por enriquecimiento ilícito contra su hijo Nicolás, los ataques guerrilleros y de mafias del narcotráfico, la oposición en el Congreso a sus reformas y hasta el asesinato del fiscal paraguayo Marcelo Pecci en el 2022 al supuesto plan golpista de Álvaro Leyva.
Petro se entrega al nuevo capítulo de su acostumbrada maniobra de distracción, que le sirve en bandeja su excanciller, para mantener movilizadas a sus bases en defensa del proyecto progresista, ahora que se han desmoronado sus anteriores variantes de golpes: el “blando”, el de las “corbatas”, el “parlamentario” o de partidos políticos, a los que acusa de “sedición”, el del Poder Judicial, y así…
En Colombia, las instituciones son guardianas del Estado de derecho, no buscan cómo subvertir el ordenamiento constitucional ni jurídico. El periodo del presidente de la República no se toca. La oposición es legítima en democracia. Al igual que la labor fiscalizadora de la prensa. Denunciar, cuestionar, no nos hace parte de una campaña de acoso contra el jefe de Estado, que no tiene un fuero omnímodo. Es evidente. Lo que se viene será aún más radical. En su relato victimista, Petro se queja de falta de garantías en las próximas elecciones y arremete contra el registrador y el Consejo Nacional Electoral. Grave e irresponsable lanzar señalamientos sin pruebas. A su conjura contra sus declarados enemigos, ¿qué podríamos decir quienes vivimos a diario en la mira de sus acusaciones?