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No es aventurado afirmar que la escalada de acusaciones o descalificaciones entre el director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd), Carlos Carrillo, y algunos de los líderes de la Mojana poco o nada contribuye a solventar la descomunal crisis social, económica y ambiental que soportan desde hace casi tres años las decenas de miles de habitantes de esta subregión del Caribe. ¿O es que creerán que por enrostrarse en la cara sus desacuerdos las aguas del río Cauca van a retroceder como si se tratara de un mandato divino?
Si acaso, los epítetos ofensivos e inconvenientes que se han prodigado públicamente durante los últimos días han servido para acentuar la incertidumbre y desazón de las familias mojaneras que sobre el terreno, alejadas de los pugnaces debates mediáticos en los que estos personajes se han enzarzado, esperan la puesta en marcha de soluciones viables, además de diligentes, que remedien de forma definitiva o mitiguen, al menos, su calamitosa situación.
En un momento extremadamente difícil por la inminente irrupción a partir de agosto del fenómeno de La Niña, con sus imprevisibles impactos para comunidades que se declaran exhaustas de vivir anegadas, los esfuerzos de los tomadores de decisiones, en el caso del Gobierno nacional, de los locales y demás entidades del Estado, por un lado, y de los liderazgos sociales, por otro, deberían concentrarse en trabajar articuladamente en la prevención del riesgo.
Sin embargo, a juzgar por el pulso que mantienen, cada uno en la defensa de su trinchera argumentativa, este no parece ser el camino elegido. Antes bien, las posibilidades de acercarse o de establecer puntos de encuentro lucen distantes, porque ninguno de los aludidos tiene prisa ni interés de llegar a ellos. Deberían revisar sus actitudes. Es evidente que si no deponen sus antagonismos ideológicos, controlan su tensión emotiva e incontinencia verbal y entierran el hacha de guerra no será posible retomar el diálogo, justo cuando más se requiere, debido a que las aguas que reventaron Cara ’e gato, en dos ocasiones distintas, seguirán al alza por un tiempo.
Carrillo reconoce que el Estado le ha fallado a la Mojana, no una, sino muchas veces, de ahí la desconfianza de su gente. Califica de desafortunada e irresponsable la contratación de obras por $130 mil millones avalada por su antecesor, Olmedo López, para tapar Cara ’e gato, que generaron falsas expectativas en los agricultores y que, ahora tras la nueva rotura del dique, están suspendidas porque el consorcio se quedó sin plata. No descarta liquidar el contrato sobre el que expresa serias dudas y, como si fuera poco, advierte que aun teniendo los recursos la Ungrd no puede embarcarse en un nuevo proyecto sin resolver el anterior problema contractual.
Los voceros del Pacto Social por la Mojana, que declararon persona no grata a Carrillo, lo acusan de negligente e incapaz, de no hacer ni proponer nada para cerrar el boquete, exigen el giro de recursos para retomar las obras con celeridad, y presionan por la entrega de ayudas humanitarias para los afectados. Le anticipan que no le van a desocupar la subregión, si es lo que pretende el Gobierno nacional, al que califican de “inepto”, mientras no desestiman la declaratoria de paro.
En la narrativa de sus universos paralelos, en los que naufragó la garantía del respeto al otro que funciona como un dique ante la intolerancia, el director de la Ungrd graduó a sus contradictores de “señorones de los toretes y los caballos”, y los señaló de estar instrumentalizando políticamente la crisis para poner en contra del Gobierno al campesinado mojanero, que dice le siente afecto al presidente Petro como si fuera Diomedes Díaz. Así va la cosa y no parece variar.
Queda claro que la intransigencia de ambas partes amenaza la ineludible convivencia que deberían mantener en la búsqueda de salidas concertadas. No hace falta que sean buenos amigos, basta que con más coherencia y menos dogmatismo intenten dejar de lado sus rencillas por el bien de los miles de damnificados. Señores, destreza para negociar y, sobre todo, flexibilidad para abordar con visión maximalista la suma de crisis que afronta la Mojana y que van más allá de un dique roto. Esta abarca desde la corrupción e inoperancia del Estado hasta la desigualdad social de comunidades históricamente empobrecidas sin acceso a la tierra, pasando por la urgencia de reorganizar el territorio alrededor del agua y de ejecutar indispensables obras hidráulicas. Ejerzan con hechos su responsabilidad con la Mojana que no soporta una dificultad más.