Casi dos semanas después de su elección y tras su multitudinaria misa de entronización, el papa León XIV continúa revelándole al mundo la declaración de intenciones de lo que será su pontificado. Lo primero, en sus mensajes ha garantizado la continuidad de la misión apostólica iniciada por su predecesor, Francisco, siendo consecuente con su pensamiento social, económico y político. Segundo, no se ha comprometido con reformas de fondo ni nuevos comienzos que desaten rupturas, lo cual no significa que más temprano que tarde se decida a abordar los desafíos e interrogantes que lastran a la Iglesia. Y tercero, se ha erigido como un férreo defensor de la paz, condenando la violencia y hambruna en Gaza e incluso ofreciéndose él mismo para ser mediador en la guerra de la “martirizada” Ucrania.

A Robert Francis Prevost lo definen singulares matices que han orientado su ascenso hacia la Santa Sede, donde ahora ocupa el ‘Sillón de Pedro’. El nuevo papa, estadounidense de nacimiento y peruano por decisión, académico, canonista, diplomático, políglota y, sobre todo, misionero comprometido con la evangelización de los excluidos, se perfila como una figura de profundo arraigo social, como el mismo Francisco. Pero con diferencias, más de personalidad que de otra cosa. León XIV ha mostrado un estilo personal más reflexivo, discreto e introvertido. Seguramente en ello incide lo de ser un matemático de formación.

Facultades que sin duda le podrían ser útiles en la apremiante tarea de reunificar una Iglesia fracturada por asuntos de liturgia, moral y luchas doctrinales. Su llamado, por lo pronto, anima al encuentro, a la reconciliación, pese a que persisten invariables asuntos difíciles de tratar, como la comunión a divorciados vueltos a casar, las bendiciones a parejas homosexuales, la relación con la comunidad Lgbtiq+, el papel más relevante para las mujeres en el gobierno eclesial y la sinodalidad, ese camino compartido que Francisco invitó a los fieles a recorrer al lado de sus pastores con olor de oveja. Como no todos desprenden ese ‘santo’ aroma, pues las controversias con el jesuita resultaron antológicas en su tiempo.

León XIV aspira a rehacer los mismos puentes destruidos en el pasado mediante un diálogo que abrace diversidad, multilateralismo y esperanza, en tiempos desafiantes en los que la Iglesia debe actuar con firmeza, con compromiso social para renovar su misión. En especial, “por las heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. También se muestra intranquilo por el desarrollo de la inteligencia artificial, la “nueva revolución industrial” que, a su juicio, amenaza la dignidad humana, la justicia y el trabajo.

En ese sentido, la escogencia de su nombre cobra aún más valor. Si León XIII, en una anterior era de acelerada expansión industrial, dio respuesta a retos similares sentando las bases de la doctrina social de la Iglesia se da por descontado que el agustino dará la pelea con toda la tenacidad de su afable carácter. Sus gestos han sido valorados como alentadores signos de unidad con la fuerza requerida para silenciar los tambores de guerra que han desorientado el rumbo de la Iglesia y para “construir un mundo nuevo donde reine la paz”.

No es casualidad que Petro se convirtiera este lunes en uno de los primeros presidentes de Hispanoamérica en ser recibido por León XIV en audiencia privada. De paz, seguridad, migraciones y cambio climático hablaron durante el encuentro en el que el mandatario lo invitó a Colombia y del que salió a anunciar su iniciativa de darle una “segunda oportunidad” al ELN para alcanzar “la paz”, en conversaciones que se celebrarían, indicó, en la Santa Sede.

Al margen de que esta idea se materialice, Petro debería hacerse eco de una frase que escuchó del obispo de Roma en su misa de inauguración de magisterio en la Plaza de San Pedro. León XIV aseguró que quien preside la Iglesia “nunca debe ceder a la tentación de ser un líder solitario o un jefe por encima de los demás”. Unidad y comunión para un mundo reconciliado. Palabras que caen como anillo al dedo para una Colombia sin norte por una desmedida ambición de poder.