En la madrugada del pasado 8 de abril la comunidad internacional observó perpleja el desplome del techo de Jet Set, una de las discotecas más concurridas de Santo Domingo, en República Dominicana. Luego, el desgarrador anuncio del fallecimiento de al menos 226 personas que un día cualquiera disfrutaban del concierto del icónico Rubby Pérez, quien también murió aplastado por las vigas del establecimiento, dejando al mundo –una vez más– bajo la interrogante de cómo es que lugares de alta afluencia local y extranjera no cuentan con los controles adecuados para que tragedias como la acontecida se puedan evitar.

El duelo, que duró seis días y culminó ayer, no solo es nacional, sino que millones de personas alrededor del mundo acompañan la suerte de las familias que hoy lloran a sus seres queridos, así como rememoran otros hechos como el de Jet Set que, lastimosamente, termina no siendo incidentes aislados.

De atrás hacia adelante, son ya miles las vidas que se han perdido por cuenta de la falta de atención y prevención en recintos de celebración. El 28 de noviembre de 1942 se produjo un incendio en el club nocturno Cocoanut Grove de Boston, Massachusetts, que resultó en la muerte de 492 personas.

Así mismo, el 25 de diciembre del año 2000, otro incendio en la discoteca Dong Du de Luoyang, China, dejó 320 muertos. Tampoco se puede olvidar la tragedia del club nocturno Kiss, en Santa María (Brasil), que en el año 2013 cobró la vida de 242 asistentes a una fiesta.

Sí, la lista es larga e incluye a más de una decena de establecimientos en todo el mundo, que además guardan un patrón: pudieron ser evitables.

En cada caso, como suele suceder luego de que se revelan los resultados de las investigaciones, hubo alguna alerta, algún episodio previo, señales desatendidas de parte de los dueños o administradores y, como siempre, omisión de las normativas nacionales que rigen para estos comercios, que buscan precisamente prevenir episodios como el de Santo Domingo en el que, aunque las autoridades no han dado una explicación oficial o revelado avances en las investigaciones, sí se han conocido distintas hipótesis relacionadas con la antigüedad de la estructura, la falta de acondicionamiento para operar vigas con sobrecarga y los daños no atendidos tras un incendio que se presentó en años anteriores en el recinto.

Lo anterior, como si se tratara de un libreto, sigue sucediendo, como si cada episodio no fuera suficiente para establecer medidas regulatorias mucho más fuertes que garanticen el cumplimiento de los requisitos y la realización de controles periódicos que para detectar o solventar eventualidades que en un futuro conlleven a incendios, desplomes u otro tipo de accidentes que pongan en riesgo la vida de millones de personas.

No en vano Zulinka Pérez, hija del afamado merenguero, anunció su legítimo derecho a demandar a la discoteca Jet Set por la muerte de su padre. Como ella, cientos de familias están alistado procesos jurídicos para –como menos– hacer justicia por sus seres queridos, enterrados bajo los escombros de uno de los lugares más emblemáticos de la música de República Dominicana.

También es así para una familia opita que hoy extraña a Luz Andrea Jiménez, quien a sus 40 años era una mujer llena de sueños que salió del Huila para buscar un mejor futuro en Santo Domingo. Ella, como muchos, salió esa noche a pasar un rato alegre, para jamás regresar a su hogar con sus seres queridos.

Otra historia es para los heridos, dos de ellos también connacionales, quienes entre los 189 rescatados ahora emprenden un camino de reconocimiento y sanación tras sobrevivir a semejante tragedia, y quienes han logrado a través de los medios empezar a alzar sus voces para que tanto autoridades como dueños de discotecas tomen conciencia de las implicaciones irreparables de desatender los establecimientos como es debido y vean en Santo Domingo un nuevo punto de partida hacia el fin de las tragedias evitables.