Perdonarán la ironía, pero la decisión de quitarle a Barranquilla la sede del Foro Global sobre Migración y Desarrollo (FMMD) es una auténtica bellaquería. Una más que recibimos del Gobierno nacional y, puntualmente, del presidente Gustavo Petro, quien tomó una determinación de absoluto carácter político, sin complejos ni escrúpulos, a ocho semanas del encuentro internacional, como lo ratificó el vicecanciller Mauricio Jaramillo Jassir.

Luego de un par de meses trabajando en la coordinación y puesta en marcha de la logística de la cumbre, a la que se prevé asistan cerca de dos mil personas, la gran mayoría representantes de la sociedad civil de varios continentes y, al menos, 16 cancilleres de igual número de naciones, el mandatario pateó el tablero sin justificación alguna. Barranquilla se había postulado desde febrero de 2024 para acoger el encuentro, fue confirmada justo un año después, y la preparación avanzaba viento en popa para hacer de la cita todo un éxito.

Fue la misma Cancillería la que avaló a la ciudad como sede del evento, a realizarse del 11 al 13 de junio. A estas alturas, no era, como quieren ahora hacernos creer -en un intento de justificar su despropósito- una posibilidad a contemplar, sino una información confirmada.

Colombia, como presidente del Foro Mundial sobre Migración y Desarrollo 2024-2025, había notificado a gobiernos, organizaciones internacionales y delegados de la sociedad civil, entre otros interesados en el espacio constructivo de diálogo, que la Arenosa sería el enclave de sus conversaciones. De hecho, la presentaba como un territorio “caracterizado históricamente por ser epicentro de culturas y políticas de acogida a la población migrante”.

Justamente por esa demostrada tradición de recibir con genuina hospitalidad al que viene de lejos, allende nuestras fronteras, la articulación público-privada de Barranquilla había trazado una ruta para no dejar nada al alzar. Es un acto de fe en la ciudad. Porque cada nuevo evento de talla mundial y, este sin duda lo es, reta a sus distintos sectores y a los del departamento a sumar voluntades para sacar adelante iniciativas de gran beneficio socioeconómico. No en vano, el Foro Global le inyectaría a la economía local $8 mil millones.

Que nadie se equivoque en el enfoque de este abrupto cambio de sede. Aquí no se trata de cuestionar por qué Riohacha, otra ciudad del Caribe colombiano, fue designada de manera intempestiva para celebrar el encuentro. Ese no es el punto. Tampoco lo es si cuenta o no con condiciones logísticas o capacidad para hacerlo. La exigencia que desde Barranquilla le hacemos al Ejecutivo demanda transparencia, no argumentos de bulto en forma de libretos.

¿Por qué si querían darle visibilidad a la capital de La Guajira, ciudad migratoria por excelencia, o descentralizar la política exterior respecto a la organización de eventos globales, no la escogieron en un primer momento? Saben qué, ¡no nos crean tan pendejos!

No es un tópico. La evidente inquina del jefe del Estado hacia Barranquilla tiene nombre propio. Hace unos días el alcalde Alejandro Char reconocía los retos de una ciudad que se esfuerza en reinventarse a diario para superar o resolver sus dificultades. Generalmente, sin el concurso del Gobierno central que, no de ahora sino desde antes, ha hecho caso omiso de sus compromisos con los barranquilleros. Lo que resulta inédito e insólito hoy es que el discurso oficial -en tono antipático o camorrero- intente cobrar venganza de una casa política situada en sus antípodas ideológicas, pasando por encima de los intereses de sus habitantes, pulverizando proyectos o expectativas. Hemos perdido la cuenta de sus abusos.

En realidad, el supuesto ‘castigo’ al que Petro somete a la clase dirigente de Barranquilla, a la que desprecia por sentimientos de índole política o, quizás, asociados a una suerte de frustraciones personales derivadas de férreas posturas del presidente del Congreso, Efraín Cepeda, es una arma de doble filo. Las resoluciones del mandatario, que retratan su completo desdén hacia la ciudad, a quienes más devastan son a las personas de escasos recursos.

Trabajadores de la economía popular, desde pequeños emprendedores hasta comerciantes informales, pasando por conductores o personal de servicios generales, son grandes beneficiados de los eventos de ciudad. Pues este, como los Juegos Panamericanos de 2027, ya no se hará. No podemos menos que lamentarlo. Por ellos y también por la comunidad de migrantes venezolanos asentada en el Atlántico que llevaba meses dedicada a construir propuestas para mostrar su trabajo, con la esperanza de obtener respaldo internacional. Ha sido un duro golpe. Así que descolocados, no saben cómo volver a comenzar en este punto.

No nos quedemos en las ruinas de la indignación, intentando descifrar el por qué. Está claro. Nuestra fortaleza, esa suma de respeto, madurez, voluntad y trabajo en equipo que nos orienta y marca el rumbo, es la carencia de quien se revela como el verdugo de Barranquilla. Toda condena también encierra una oportunidad. Encontremos cada día cuál es la nuestra. Por lo pronto, menos lamentos y más unidad para no caer en su deliberado juego de egos.