No tenemos palabras para expresar la tristeza ante la súbita partida del gran jugador, y aún mejor ser humano, que era Jorge Bolaño, Bolañito. Frente al gran misterio que es la muerte, sobre todo cuando golpea de forma tan repentina, solo nos queda dar rienda suelta a un dolor que sane el alma ahora en carne viva, mientras tributamos un homenaje sincero a su existencia plena que quedó grabada en la memoria colectiva de quienes lo admiramos.
Dicen que en la vida no existen las casualidades. Ahora sabemos que tampoco en la muerte
En un asombroso presagio de la fatalidad, la icónica celebración del trencito de Iván René Valenciano, Carlos Valderrama, Víctor Danilo Pacheco y Jorge Bolaño durante la era dorada del Junior de los 90 resurgió de la nada, de manera espontánea e inesperada, en la noche del domingo 6 de abril en el Metropolitano. Corría el minuto nueve del primer tiempo. En esta ocasión, tres jugadores, Carlos Bacca, Guillermo Paiva y Teo Gutiérrez, por inspiración de este último, festejaron así con la hinchada el gol tiburón ante el Independiente Medellín.
Lejos del emotivo arrebato del juniorismo en pleno, uno de sus ídolos históricos, el cuarto mosquetero de la emblemática celebración del perrito, el más pelao de todos, el crack guerrero, emprendía el viaje sin retorno. Increíble. Apenas tenía 47 años. Un infarto que le sobrevino en Cúcuta, ciudad donde residía desde hace tiempo, le apagó su perenne sonrisa. Estaba rodeado de familia, amigos, que ahora intentan descifrar el enigma de su marcha. Demasiados interrogantes sin respuesta surgen tras una pérdida tan desconcertante de la que al final solo queda la eternidad, como una promesa que se erige en clave de esperanza.
Bolañito no era un apelativo porque sí. El samario que debutó en Junior en 1993, cuando apenas era un jovencito, tenía una estructura corporal pequeña, pero un carácter corajudo, batallador, que desplegaba con talento en la cancha, donde no pasaba desapercibido. Sus rivales e incluso compañeros en el cuadro rojiblanco, la Selección Colombia, el Cúcuta Deportivo o en los clubes italianos Parma, Sampdoria, Lecce y Modena, con los que jugó durante una década en Italia, pueden dar fe de ello. No le comía cuento a nada ni a nadie.
Era un centrocampista excepcional, competitivo, que recorría el campo con técnica, gran dinámica y ansias de triunfo. Su determinación, compromiso, disciplina y ganas de aprender compensaban cualquier vacío, reconocen sus entrenadores. De hecho, José María Pazo, su amigo y excompañero del Junior campeón de 1995, no titubeó en calificarlo por sus sobrados méritos como “el mejor volante de la historia” del equipo tiburón. Y no es el único.
Es evidente que su legado como futbolista perdurará en el universo juniorista. También su alegría, don de gente, calidez humana, generosidad o sencillez, cualidades que no siempre acompañan a las estrellas del balompié, a decir verdad. Bolañito era un buen tipo. De esos dispuestos a jugársela, literalmente, por el bienestar de los demás. Lo hizo siendo líder del Cúcuta Deportivo para orientar a sus compañeros en plena crisis económica del club o cuando respaldó económicamente a su ídolo del vallenato Diomedes Díaz, quien atravesaba una situación compleja debido al síndrome de Guillain-Barré (SGB) que le fue diagnosticado.
Son tantas las historias entrañables de Bolañito, de su actitud servicial, sonrisa imborrable, optimismo humilde y esforzado en aras de ser mejor, que resulta inexorable no recordarlo con genuino afecto. Es lo que tienen las personas buenas. Su herencia no es de este mundo. Por eso duele tanto que se marchen antes de tiempo, pero no nos queda más que asumir que ello forma parte de algún orden de las cosas. Cada vez que veamos el seis en una camiseta de ‘Papá’ pensemos en ‘el Bola’, porque es responsabilidad de todos preservar la memoria de quienes se nos adelantan para que su luz personal no caiga en el fondo oscuro del olvido.
A María Alejandra y Mariana, sus hijas, a su esposa Andrea Rocío, y al resto de su familia, amigos y a la hinchada del Junior, nuestro cariño. Permaneceremos fieles al Bolañito que conocimos en un intento de aceptar lo ya irremediable. Paz en la tumba del crack guerrero.