La encerrona antológica de Donald Trump y su vicepresidente, J.D. Vance, contra el ucraniano Volodímir Zelenski, en el despacho oval de la Casa Blanca, resume todo lo que está mal en política exterior. Confirma, además, por si quedaba alguna duda, el talante autoritario, agresivo, arrogante e irrespetuoso del gobernante de Estados Unidos, a quien le detonan sus peores instintos cuando alguien se atreve a contrariarlo. Ninguna novedad.
En el fondo, la cuestión moral es enorme. Trump está determinado a imponer su verdad absoluta, cueste lo que cueste, a tal punto que respecto a la guerra en Ucrania, y pese a la contundencia de los hechos, se ha puesto del lado del invasor, defendiendo sus intereses. De modo que la humillación en público de Zelenski no es aislada, casual ni repentina. Sus recurrentes reproches o desplantes eran parte de su plan para cuidar su relación con Putin.
Antes lo había llamado “dictador sin elecciones”, acusado de desviar parte de los recursos que Washington le ha entregado a Kiev durante los tres años del conflicto armado e iniciado una negociación con Moscú sin tenerlo en cuenta. Es más, en las horas previas del penoso matoneo, Estados Unidos se había sumado a Rusia, Corea del Norte y Nicaragua para votar en contra de una resolución de la ONU que condenaba la guerra en Ucrania, dándoles la espalda a sus aliados de Europa que han entendido el crítico momento de reconfiguración de la geopolítica global que enfrentan, con un Tump que abraza a una dictadura totalitaria.
Cierto que Zelenski acudió por sus propios medios a Washington a estampar su rúbrica en un acuerdo para la explotación de minerales raros en su suelo, paso previo a un pacto definitivo de alto el fuego con Rusia, interesado también en extraer los recursos naturales de su vecino. Trump parecía ganar. Putin, también. Sin embargo, la comprensible demanda de garantías de seguridad elevada por el ucraniano que teme, y con razón, que el zar de Moscú dinamite lo convenido, como en anteriores ocasiones, desató la andanada de improperios del magnate y su segundo. Zelenski se dejó provocar y todo se salió de madre.
Trump se fía de Putin o, al menos, cuenta con él para su contienda definitiva contra China. A Zelenski le asisten razones de sobra para no hacerlo. Conoce y, sobre todo, padece su insaciable codicia expansionista probada en la guerra en el Donbás y en la anexión de Crimea. In extremis, el ucraniano se resistió al vasallaje de un acuerdo ventajoso negociado a dos manos, que le habría supuesto renunciar al ingreso de su país a la OTAN y aceptar que Rusia se quedara con las provincias invadidas, entre otras concesiones. Fue lo correcto.
Ante la sinrazón de Estados Unidos, que le hace el juego a la Rusia imperial de Putin, contrariando sus históricos valores de ser escudo de la democracia y la paz en cumplimiento de acuerdos de defensa mutua y seguridad, la Unión Europea decide quemar sus naves para sostener el orden mundial liberal en serio riesgo sin contar con Washington. Quedó claro en la decisiva cumbre de Londres, donde sus líderes arroparon a Zelenski, cerraron filas en torno a una paz justa y duradera en Ucrania, se comprometieron a ser garantes de paz y a elevar el gasto destinado a defensa, lo que cambiaría el paradigma europeo en esta materia.
Eso sobre el papel, en la realidad se avecina una coalición de países que trabajará en un acuerdo para acabar la guerra, con garantías reales de seguridad y respaldado por la fuerza para conjurar nuevas agresiones rusas, que luego presentarán a Estados Unidos. Lo asumen como una “auténtica urgencia”, porque sin duda lo es. Y aunque también es evidente que los 27 no participarán ni contribuirán de la misma manera, se trata de un crucial avance.
Europa sabe que de la seguridad de Ucrania depende la del resto del continente. Si Estados Unidos suspende el suministro militar a Kiev, Europa debe responder. Así que la notificación de la presidenta de la Comisión Europea a Washington no deja dudas: se rearmarán en defensa de la democracia y para redefinir el nuevo liderazgo global contra el autoritarismo. Ucrania no puede quedar aislada ante los peligros de un Kremlin avalado por la Casa Blanca.