Lo ocurrido en las oficinas del Charlie Hebdo hace 10 años sería el principio de una estela de sangre y terror producto de atentados que pusieron en entredicho la inteligencia policial y militar francesa. Pero más allá de las medidas de seguridad y de las lamentables pérdidas, Europa quedó al acecho de la extrema derecha que tomó como plataforma estos actos terroristas para afianzarse y ganar adeptos.

El 7 de enero de 2015 los hermanos Saïd y Chérif Kouachi, armados hasta los dientes, entraron hasta las oficinas del semanario satírico en París asesinando a caricaturistas, al editor y a un economista. En total 12 personas murieron a manos del odio de los dos ciudadanos franceses iracundos por la publicación de imágenes representando al profeta Mahoma, máxima figura del islamismo.

Luego del violento acto que mantuvo en vilo a la capital francesa –y al resto del continente temiendo ser el nuevo epicentro de otra masacre– las autoridades revelaron que el atentado terrorista se hizo en nombre de Al Qaeda, el grupo islamista radical que ha sembrado terror, odio y muerte alrededor del mundo. El mismo que derribó las Torres Gemelas en EE. UU.

El nexo entre el ataque y el islamismo avivaron, de nuevo, uno de los fantasmas contemporáneos del Viejo Continente: la islamofobia. De ese rechazo enfermizo por los que profesan esa religión se agarraron varios políticos para promover sus principios más extremistas, reforzados más tarde por otro ataque en noviembre de 2015 también en París. ¿El saldo? Aún peor: más de 170 asesinados en atentados en paralelo en bares, teatros y salas de concierto.

Todos esos dirigentes políticos europeos tienen algo en común –más allá de su evidente sentimiento de miedo hacia los provenientes de países árabes–: vienen de la extrema derecha que aunque hace apenas algunos años mermada por los “cordones sanitarios” impuestos en común acuerdo por diferentes partidos políticos para evitar su avance, el panorama de zozobra ha movido a su favor el timón, primero, en elecciones locales y luego en cargos más altos.

Lo vimos en los comicios de 2024 en Alemania, donde el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AFD) arrasó en las elecciones parlamentarias del estado oriental de Turingia. Era la primera victoria para esa ala política desde la cruenta II Guerra Mundial, dicho sea de paso, originada bajo las mismas banderas que hoy enarbolan y le dan los “éxitos históricos”. Difícil de creer en un país que vivió en carne propia la devastación que deja la xenofobia, antes con los judíos ahora con los musulmanes.

La coincidencia de que el número de atentados terroristas ha crecido en paralelo al número de asilados musulmanes ha sido el escenario perfecto para los políticos radicales para ahondar en sus odios, jugar con el temor de los ciudadanos e inventarse un enemigo que nunca ha existido. Qué facilistas son en querer devolver a todo refugiado a su país de origen cuando están ahí precisamente por las cuestionadas políticas que llevan a cabo en sus naciones en nombre del progreso y bienestar de sus conciudadanos. El neocolonialismo no los deja ver más allá de sus narices.

Pero eso es una radiografía no de un país, ni de un continente, sino de todo el mundo: en Estados Unidos está a punto de posesionarse Trump, mismo que en su primera administración prohibió la entrada de personas de países árabes. En Hungría Víktor Orbán, quien gobierna con mano dura, considera que Europa está siendo “invadida por los inmigrantes”.

En Italia Giorgia Meloni sostiene que “el Islam y Europa tienen un problema de compatibilidad”. En Argentina Javier Milei, que le ganó el pulso a un peso pesado como el peronismo, ha expresado su “compromiso inalterable con Israel en la lucha contra el terrorismo Islámico”.

Todos llegaron al poder vendiéndoles a los votantes la idea de que serían desplazados por los migrantes, que eran una “amenaza” para el bienestar, que su religión es “peligrosa”, que sus valores no son “compatibles”. Mejor dicho, que mejor por qué no se devuelven por donde vinieron. Sus palabras han sido caldo de cultivo para que estas personas aferradas a las ganas de vivir, sin un peso, deban enfrentar ahora algo tal vez peor que los bombardeos de los que huyeron: un odio por no entender su cosmovisión.

Diez años han pasado de aquel fatídico 7 de enero de 2015; sin embargo, la sensación que hay es que no hay lecciones aprendidas, que preferimos matarnos por un miedo irracional en lugar de encontrar lugares comunes entre diferentes. Unos cuantos han hecho del odio su mejor plataforma para llegar a cargos de poder porque polarizar les da réditos políticos y ellos lo han entendido muy bien. Ejemplo de ello es el sondeo del Instituto INSA hecho un día después del reciente ataque en un mercado navideño en Magdeburgo, Alemania, que dejó cinco muertos, que arrojó que la ultraderecha lidera los sondeos y que podría poner gobierno en las próximas elecciones.