Trece años tardó en florecer la primavera árabe en Siria. Trece largos años en los que el tiránico régimen del dictador Bashar Al Asad, arropado por sus valedores, Rusia e Irán, sometió a su pueblo a las más inenarrables atrocidades, con tal de mantenerse en el poder.
Su brutal represión contra el levantamiento popular, pacífico y prodemocrático de marzo de 2011, de la que el mundo entero fue testigo, desató una cruenta guerra civil que desde entonces sumó más de 600 mil muertos, un incalculable número de torturados, ejecutados y desaparecidos, además de 6 millones de desplazados internos, otros seis millones de refugiados y exiliados y dejó una nación absolutamente destrozada, sin su futuro despejado.
Ciertamente Siria sobrevivió al horror instaurado por el heredero de la dinastía de los Al Asad que la gobernó durante más de medio siglo. Sin embargo, una vez depuesto el autócrata, cobijado en su huida por Moscú, el regocijo por el fin de su régimen opresivo abre más incógnitas que esperanzas. Es incuestionable que los rebeldes islamistas suníes de la Organización para la Liberación del Levante (HTS) alcanzaron lo impensable: en solo 11 días derrocaron al sátrapa, tras controlar las ciudades clave y casi sin encontrar resistencia.
Era poco probable que alguien estuviera dispuesto a inmolarse por el sanguinario tirano, abandonado a su suerte por sus otrora incondicionales aliados; en la actualidad, demasiados ocupados en sus asuntos: Rusia, enredado en su propio laberinto en Ucrania, e Irán, cercado por Israel que le respira en la nuca. De manera que el avance victorioso de las milicias yihadistas dirigidas por Abu Mohammad Al Jolani, con el respaldo del presidente turco, Recep Tayip Erdogan, se daba como una apuesta segura que muchos no vieron venir.
Sin Bashar Al Asad en el palacio presidencial, la bruma de la interminable guerra civil siria parece disiparse. Y aunque la normalidad se ha ido retomando durante las últimas dos semanas, nadie se atreve aún a cantar victoria por el final definitivo de las hostilidades ni a asegurar que la estabilidad de una nación atravesada desde hace años por el juego de intereses geoestratégicos de sus vecinos de Oriente Medio esté garantizada. Apenas horas después del escape del dictador, Israel fue uno de los primeros en mover ficha y Netanyahu ordenó el traslado de tropas para consolidar sus posiciones en los ocupados Altos del Golán.
Estados Unidos también baraja sus cartas para ser parte de la transición de poder en Siria. Como lo han hecho delegaciones diplomáticas europeas, altos funcionarios de la saliente administración de Joe Biden se reunieron en Damasco con Al Jolani, el nuevo hombre fuerte del país. No deja de ser paradójico que por este líder extremista, un exagente de Al Qaeda, la CIA ofreciera una recompensa de USD10 millones de dólares, que ahora dice retirará.
Son cosas de la ‘realpolitik’, de acuerdo con conocedores, que superan toda lógica, pero que permiten construir confianza en procesos tan frágiles como el que afronta Siria, donde las minorías expresan total temor por su seguridad. En efecto, garantizar sus derechos es una de las demandas de la comunidad internacional al jefe de la coalición insurgente que por su parte reclamó el levantamiento de las sanciones económicas que pesan sobre el país. Todo dependerá, claro, de avances o mejoras reales en el retorno de la democracia a la caótica nación, donde pese a la presencia de un líder de facto el vacío de poder es enorme.
Siria ha pagado un precio descarnadamente alto por su libertad. Todavía le esperan retos inmensos para abordar su reconstrucción en todas las direcciones, la disolución de las facciones combatientes, el regreso de los refugiados y, en últimas, tendrá que definir los términos de su transición que, ante todo, debe ser pacífica para enviar una señal convincente del compromiso de sus actuales dirigentes con un nuevo estado sin tutela turca ni otra influencia que arriesgue el entendimiento de su diversidad política, cultural y confesional. Es hora del mayor esfuerzo, los sirios están cansados, merecen y necesitan vivir en paz.