Lecciones de pragmatismo político ofrecieron los alcaldes de cinco de las más importantes ciudades del país reunidos hace unos días en el congreso de Fenalco celebrado en Barranquilla.
Es innegable que como paradigmas del poder local tienen que mantener una relación respetuosa con el Gobierno nacional, en cabeza de Gustavo Petro. También deben ser los primeros llamados a ejercer, con la fuerza de su voz y de sus acciones, la defensa de la autonomía de los territorios, resguardando los intereses de quienes viven en ellos.
Como telón de fondo aparece la pulsión imperativa del presidente que no desperdicia oportunidad para cuestionar e incluso desconocer decisiones de los mandatarios, erosionando el compromiso democrático que a estos les otorgaron las urnas para asegurar bienestar social, desarrollo económico y vida digna a su gente.
Coindicen Carlos Fernando Galán, de Bogotá; Federico Gutiérrez, de Medellín; Alejandro Eder, de Cali; Dumek Turbay, de Cartagena, y Alejandro Char, de Barranquilla, su anfitrión, en señalar que la aproximación con el jefe de Estado a lo largo de sus nueve meses de gobierno ha sido “difícil”.
Sus diferencias a la hora de gestionar situaciones cotidianas, solucionar problemas de las comunidades o construir consensos políticos en favor de proyectos de impacto social son profundas, de eso no cabe ninguna duda. Aunque valga también decir que no se trata simplemente de discrepancias entre sectores de izquierda, centro o derecha, que también existen, claro está, sino de una cuestión de extremismos y centralidad.
A diferencia de la recurrente tendencia impositiva de Petro que se siente cómodo alentando a la confrontación o la polarización en sus discursos, al igual que recurriendo a atajos autoritarios, supuestamente para resolver las dificultades de la gente de forma más expedita, lo cual ha quedado demostrado que no es garantía de operatividad ni eficiencia, los alcaldes han optado por la vía de la moderación. Es su respuesta ante las provocaciones o ataques diarios, en redes sociales, de quien prefiere hacer política que gobernar para desviar la atención de sus derrotas.
En esta relación rota, de hecho algunos reconocen que no hablan con el presidente Petro desde hace meses ni creen que lo harán en el corto plazo porque no son parte de su círculo más cercano, los mandatarios se muestran sensatos, aunque también decididos a permanecer en pie de lucha, para encarar los retos de una ciudadanía cada vez más impaciente por resultados que solventen sus desigualdades, molesta o desilusionada de su clase política, además de escéptica en el futuro.
Está claro que la actual generación de alcaldes, algunos de los cuales repiten en cargos de elección popular, otros apenas se estrenaron en ellos, no se ha sentado a esperar que el Ejecutivo les solvente sus crisis locales más apremiantes.
Mantienen abiertos espacios de diálogo con ministerios y entidades del nivel central, en los que reconocen avances, pero en un acto de rebeldía responsable decidieron despojarse de las tan habituales rodilleras para dejar de arrastrarse hasta las puertas del Olimpo centralista, buscando recursos para ejecutar sus metas.
Con sus matices propios, porque Fico no es Eder, ni Char o Galán son Dumek, recurren eso sí al mismo manual de liderazgo, autoridad y búsqueda de consensos para zanjar sus conflictos presentes. Listado transversal en sus capitales, en el que no faltan inseguridad, desempleo, acceso a la salud y altas tarifas de energía.
Presionan los ciudadanos a sus mandatarios locales por alivios reales a sus dolores de cabeza, conscientes de que son su primera línea de atención, pero también los únicos que les han mostrado capacidad resolutiva eficaz en vez de pura retórica.
Será por ello que estos alcaldes suman cada vez más aprobación popular, a diferencia de Petro que acumula desafección, según la reciente encuesta Guarumo. Más claro el agua. La labor de los mandatarios no es sencilla. ¡Qué va! Mientras gobiernan deben esquivar ataques, defender sus competencias y reivindicar independencia. Algo inédito. No tendría por qué ser así.
Si los territorios progresan, el Gobierno nacional podría salir del laberinto en el que se encuentra e incluso generar esperanza para todos. Es el arte de la política: hacer posible un futuro mejor. No perderse en atajos o caminos sin salida. En tanto el Ejecutivo deja de arrinconar a los alcaldes y, de paso, a sus territorios, no queda más que resistir para construir. Así que cada loro en su estaca.