El último golpe de mano del Eln, el ataque con cilindros bomba contra una unidad militar en Arauca que mató a tres uniformados y dejó a 29 heridos, no solo ratificó su tan repudiable como predecible impronta terrorista. También señaló el rumbo de su agonizante diálogo de paz con el Gobierno Petro.

La primera reacción del jefe de Estado fue dar por cerrado el proceso, pero tras consultas con negociadores y representantes internacionales dejó abierta una rendija para que la guerrilla exprese voluntad de retomarlo. Siendo realistas, bajo las actuales circunstancias, ese escenario no parece viable, porque los elenos con sus acciones violentas han demostrado que no tienen la menor intención de seguir adelante con los diálogos iniciados en noviembre de 2022, en Caracas.

Su histórica incoherencia ha lastrado acercamientos o conversaciones con Gobiernos durante los últimos 30 años. Es indudable que el Eln se siente a gusto arrinconando sus procesos de paz a crisis permanentes que los hacen insostenibles. La anacrónica declaración de su Frente de Guerra Oriental, en la que reconoce la autoría del atentado en Arauca, es una clara demostración de ello. Anclado en vetustos conceptos de la ‘Guerra Fría’ trata en vano de justificar la supuesta “legitimidad” de su acción criminal, violatoria de las normas del DIH. Imposible, peor cinismo.

Tampoco sorprende que en su andanada de acusaciones contra el Ejecutivo lo responsabilice de incumplimientos que, según sus erráticos juicios, impidieron reactivar una mesa que estaba congelada desde hacía meses. Inclusive, mucho antes del final del cese al fuego.

Es cierto que el Gobierno, pese a que suspendió todas sus labores a favor del diálogo, no habla todavía de ruptura. Pero si el Eln no ofrece muestras reales de querer construir un acuerdo de paz, ¿qué futuro le espera a un proceso al que se le agotaron por completo sus reservas de oxígeno y que carece de credibilidad o confianza ciudadana, como consecuencia de los recurrentes desaciertos en los que incurrieron de forma consciente ambas partes para tratar de mantenerlo a flote todo lo que fuera posible?

En primer lugar, la intransigencia del Eln exigiendo que les sacaran de la lista de grupos terroristas, se acabara el diálogo regional con los Comuneros del Sur -su supuesta disidencia en Nariño- y, sobre todo, su escalada de atentados contra civiles, fuerza pública e infraestructura energética, secuestros, extorsiones y reclutamiento de menores, dinamitaron la negociación.

El Gobierno fue excesivamente complaciente con los ritmos que la guerrilla le marcó en la mesa desde un comienzo y cedió sus activos quedándose con un escaso margen de maniobra. Sin metodología clara ni líneas rojas que le fijaran límites a sus consabidas actividades criminales, una de ellas el secuestro, como fue evidente en el caso de Manuel Díaz, el ELN estiró la cuerda todo lo que quiso hasta el punto de chantajear de frente a sus interlocutores del Gobierno, demandando financiación del Estado o de la comunidad internacional como contraprestación para suspender sus “retenciones con fines económicos”.

Esa es la calaña de una organización armada ilegal que anquilosada en su pasado violento insiste en autosabotear las opciones de diálogo que se le han abierto en distintos momentos, mientras se niega a avanzar hacia el abandono de la guerra y el tránsito hacia la paz. Sus dilatados tiempos no coinciden con las urgencias del nuevo orden social, económico y político que reclama la sociedad civil. Sin cohesión interna, ni respaldo social, tampoco internacional, excepto el de regímenes autocráticos como el de Venezuela, donde se siente a sus anchas, el Eln terminará totalmente aislado.

No tiene sentido seguir equivocándose. El Gobierno sabe lo que tiene que hacer. Es momento de que a la fuerza pública le suelten las manos para que actúe con firmeza en los territorios donde el Eln ejerce control militar, social y económico, a través de sus economías ilícitas. Petro, el comisionado Patiño y sus delegados deben ser conscientes que se les agota el tiempo. A pesar de que el taquillero proceso con esta guerrilla era la bandera de su paz total, la ausencia de resultados concretos les exige reorientar sus esfuerzos hacia espacios en los que sea factible obtener réditos o alivios humanitarios, en beneficio de la población civil que les exige hechos que podrían darse en la mesa regional con los Comuneros del Sur.

Sin demostraciones unilaterales de la voluntad del Eln para rescatar la negociación de su lento naufragio, no queda más que terminarla. ¿Para qué tenerla suspendida acumulando más fracasos y decepciones si la guerrilla no está dispuesta a enterrar su hacha de guerra? Aún el Ejecutivo puede hacer de su paz total una paz real, pero tiene que enfocarse en lo posible y enviarle al país los mensajes correctos.