Llueve en buena parte de Colombia. Lo hace con tanta fuerza que ya se han registrado las primeras emergencias en algunos departamentos de la región Andina. En el Caribe, luego de meses de fuerte sequía, las precipitaciones caen –literalmente- ‘como agua de mayo’ para aliviar la sed de animales, la aridez de los campos y, sobre todo, la angustia de campesinos, pescadores y ganaderos que han afrontado durante meses los rigores de ‘El Niño’ que parece estar de salida. O, al menos, en fase de transición hacia el próximo fenómeno de variabilidad climática: ‘La Niña’.
Experiencias anteriores nos confirman que ante lo impredecible de los eventos meteorológicos, el futuro es ahora. Resulta irresponsable esperar a que las torrenciales lluvias que ‘La Niña’ traerá consigo durante el segundo semestre del año, en particular desde agosto cuando se empezaría a sentir de manera intensa su impacto, encuentren a autoridades nacionales o territoriales, también a la ciudadanía, de brazos cruzados. La gestión del agua como de la sequía es prioritaria.
Con sentido de realidad, el director de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo (Ungrd), Carlos Carrillo, aseguró que el país no está preparado para afrontar el fenómeno de La Niña. La fragilidad de los sistemas de alerta temprana, casi nada en esta ecuación que apunta a salvar vidas, es lo que más le preocupa al funcionario que se ha dedicado a recorrer al país para conocer de primera mano las falencias de la entidad, en la que convergen grandes males, como la improvisación, la falta de rigor en el cumplimiento de funciones, la ineficiencia y, el más detestable, la corrupción.
A partir de su pragmática revelación, lo que se viene, y en cuenta regresiva, es un descomunal trabajo de articulación de esfuerzos entre instancias nacionales y locales para afrontar de la manera más idónea un fenómeno que no tiene vuelta atrás ni entiende de ‘esperitas’ a la colombiana, de modo que a más de un comité para la prevención y atención de desastres le respira detrás de la nuca.
No olvidemos las afugias que hasta hace algunos días soportamos por cuenta de la crudeza de ‘El Niño’, para el que tampoco estábamos preparados, como lo demostró la amenaza de tormenta perfecta de apagón por escasez hídrica de la que nos salvamos por poco y que, en todo caso, aún nos pasará factura en la región Caribe con un aumento en las tarifas de energía, como anticipó a EL HERALDO la Asociación Nacional de Empresas Generadoras, Andeg.
Es una noticia alentadora que por efecto de las lluvias, como sucede en el resto del país, el nivel de los cuerpos de agua en el Atlántico se encuentre en ascenso. El Embalse del Guájaro está hoy en 2.92 metros y el río Magdalena, en la estación de San Pedrito, de Suan, se sitúa en 3.59, tras registrar tan solo 1.49 metros hace más de un mes, siendo el más bajo de los últimos 26 años.
Ahora que las precipitaciones se intensifican es clave que las autoridades del departamento, Barranquilla y los municipios en coordinación con la CRA –la autoridad ambiental- planifiquen los escenarios en el corto y mediano plazo para prevenir los impactos del fenómeno, también de la actual temporada invernal.
Por el momento, las fuertes lluvias que caen en el interior han provocado el aumento del caudal del río en el canal navegable, además de la aparición de sedimentos, mientras en los canales de los arroyos las basuras se acumulan por la inconsciencia de ciudadanos que insisten en convertirlos en cloacas, tras ser limpiados e intervenidos. Luego con cinismo se quejan de las consecuencias del desborde de las aguas, eso sí que es ser caraduras.
A largo plazo, los escenarios de variabilidad climática, derivados o no del calentamiento global, no van a cambiar. Si acaso se recrudecerán, de manera que establecer cuál es la forma adecuada de adaptarnos a sus efectos que condicionan el presente y, sin una correcta acción climática dificultarán el futuro, debe ser un propósito colectivo que requerirá pedagogía compartida.
No se trata de esperar a que llueva o deje de hacerlo, sino de repensar asuntos claves como la gestión del agua, el modelo económico, la adaptación de sectores productivos afectados, la ordenación del territorio o la puesta en marcha de proyectos que aceleren la transición energética. No son escenarios distantes, sino desafíos actuales y reales que exigen ponerse manos a la obra. Con razón, Carrillo está preocupado.