En vísperas del inicio de esta Semana Santa, que será coronada el domingo por la Pascua de Resurrección -la celebración más importante del mundo católico-, el brutal atentado terrorista perpetrado por el Estado Islámico en Rusia se coló en todos los llamados de la Iglesia, en especial en el elevado por el papa Francisco, para ponerle fin a los “actos inhumanos que ofenden a Dios”.

El repudiable ataque de hombres armados contra la atiborrada sala de conciertos del centro comercial Crocus City Hall, en las afueras de Moscú, al que asistían miles de personas, y que dejó 133 víctimas fatales y al menos 140 heridos, supone el regreso a la escena internacional de una de las organizaciones del yihadismo global más cruel o sanguinario, ISIS-K, conocida también como el Estado Islámico.

La contundencia de su temeraria acción, perpetrada en el corazón de la supuestamente inexpugnable Rusia, le confirmó al mundo que Daesh, otro de sus apelativos, ni estaba exterminado ni permanecía escondido en sus madrigueras de Afganistán, Pakistán o la región del Sahel -en el norte de África-, donde habían buscado refugio tras la caída en marzo de 2019 del autoproclamado califato que establecieron en territorios de Siria e Irak a partir de 2014.

Por el contrario, ha sido cuestión de tiempo para que sus células durmientes en Rusia, donde han venido fortaleciendo su presencia, o los nuevos reclutas que han captado en las antiguas repúblicas soviéticas de Asia Central, Kazajistán, Uzbekistán o Tayikistán, cobraran venganza del que han declarado como uno de sus peores enemigos, después de Afganistán e Irán que encabezan la lista.

Sin embargo, la matanza de inocentes en Krasnogorsk no tiene justificación alguna y solo puede ser considerada como lo que es: un demencial acto terrorista de extrema crueldad, pese a que los radicales o integristas islámicos pretendan excusarlo por la directa participación de Moscú en la inacabable guerra de Siria, donde el Kremlin ha respaldado el régimen de Bachar Al-Asad, o por la lucha que libra en su contra en el Sahel y en el resto de África.

Injustificable también que el presidente Vladimir Putin, reelegido para un nuevo mandato unos pocos días antes del ataque -con el reclamo electoral de que nadie como él sería garante de la seguridad y defensa de Rusia- intentara instrumentalizar políticamente a su favor la inconmensurable tragedia que ha conmovido a su país y al mundo entero.

Consciente de las irrefutables evidencias sobre la responsabilidad de Daesh e, incluso luego de que la misma organización reivindicara de manera clara su responsabilidad en la matanza y se produjeran las primeras capturas de los supuestos autores, el mandatario haciendo un uso ventajoso del sufrimiento de las víctimas seguía insistiendo en vincular a la trama del atentado al Gobierno de Ucrania, nación a la que invadió en febrero de 2022 y con la que libra una guerra desde entonces.

Insólito, por decir lo menos, porque Putin y su régimen sabían de antemano por recientes informes de inteligencia elaborados por agencias de Estados Unidos y Reino Unido que el país se encontraba en la mira de los islamistas de ISIS-K. Alerta que el gobernante desestimó por completo bajo su excluyente mirada ultranacionalista, asegurando que correspondía a una estrategia de Occidente para “intimidar y desestabilizar” a su nación.

Craso error que se ha saldado con un dolor inenarrable para decenas de familias. Este espantoso atentado, uno de los cometidos por integristas en territorio ruso, junto con el del teatro Dubrovka y la escuela de Beslán, no solo agrava el estado de guerra en el que ahora pervive, sino que deja al descubierto vulnerabilidades de su aparentemente inquebrantable sistema de seguridad, como había sucedido antes durante la breve rebelión de los mercenarios del Grupo Wagner en junio de 2023.

Al margen de la grieta que el ataque ahondó en la supuesta invencibilidad de Putin y su entorno, la realidad incontestable indica que Daesh, tras su despiadada reaparición, sigue siendo una amenaza global dispuesta a dar nuevos zarpazos. ¿Dónde? Difícil anticiparlo porque de acuerdo con su concepción integrista o radical, en el mundo infiel de Occidente muchos podrían ser sus futuros blancos.

Con determinación, las grandes potencias elevan sus alertas terroristas. Hacen lo correcto. En un contexto global cada vez más inestable se deben tomar todas las precauciones.