Será porque uno de los planes que más disfruto es volver a ver las películas de Harry Potter con mi hijo de 11 años, me resultó epifánico conocer que Shakira se refirió a su expareja el exfutbolista Gerard Piqué con el remoquete de Voldemort. Ironía pura. Tal como la escritora británica J.K. Rowling describe en sus exitosos libros, el joven mago finalmente, tras duras batallas, incluso emocionales consigo mismo, fue capaz de derrotar al ser malévolo que tanto daño le hizo, el ‘Señor Tenebroso’, de quien nunca tuvo miedo de pronunciar su nombre, pese a que era tabú porque se rompían los sortilegios protectores. Así pudo enfrentarlo hasta vencerlo.
Shakira, lo hemos sabido desde hace años, es una mujer prodigiosa que siente magia. De manera que después de canciones punzantes, de audiencia millonaria, con blanco directo en su particular versión del ‘Innombrable’, Última, uno de los temas inéditos de su nuevo álbum, Las mujeres ya no lloran, lanzado hace unas horas, le pone punto final a su dolorosa ruptura, el momento más difícil de su vida, que la devastó, cierto, pero también la volvió más dura, como lo ha aullado hasta la saciedad. En tanto, escribía, creaba, producía, facturaba, claro, y se lamía una y otra vez las heridas abiertas, dándole tiempo al tiempo para reconstruirse hasta dejar atrás su desengaño.
Hoy, curada de espantos o sanada de mortífagos, su mediática crisis –que la ha revelado descarnadamente humana, vulnerable, sufriente– también le ha servido, de eso no cabe duda, para demostrar, si es que acaso hacía falta, que más allá de la tristeza, frustración y rabia acumuladas por la traición de aquel que tanto amaba nunca en el fondo dejó de ser la ‘Alfa’, la loba líder de la manada, ese paradigma a seguir, encargada de proteger y preservar a su especie.
Sabia, fuerte, esforzada, desde que era una niña, apenas una lobata en Barranquilla, recurrió a su instinto natural de supervivencia para hacer realidad sus sueños. Quién nos iba a decir que tantos años después, convertida en una estrella global, pero ante todo en una madre devota, les señalaría el rumbo a tantas mujeres que, como ella, sacrificaron lo indecible por un amor malogrado. Si universidades de Estados Unidos y Europa ofertan cursos de literatura o sicología social basados en las canciones de Taylor Swift, están demoradas para deliberar cómo Shakira transformó sus lágrimas en diamantes, su vulnerabilidad en resiliencia, su dolor en creatividad o su frustración en productividad, monetizando de manera excepcional su esplendorosa venganza.
Han sido casi dos años, en junio de 2022 se anunció oficialmente su separación, aunque la cosa venía trastabillando de tiempo atrás, en los que Shakira se volcó a la descomunal tarea de reconstruir su vida, de rearmar el estropicio que provocó la disolución de su historia familiar. Da risa la hipocresía de los numerosos doctorados en despecho o desamor que desde entonces se han dedicado a pontificar en extensos tratados compartidos en medios de todo el planeta, en especial de España, que la artista porque es rica, famosa y bonita debía anestesiar el desgarro de su autoestima o curar su sufrimiento personal, también el de sus amados hijos, con un par de aspirinas que la dejaran como nueva en un santiamén. Ridículo. Como si alguien fuera capaz de recetar una pócima mágica para sanar el dolor de un alma rota cuando el amor se pierde a mitad de camino, porque su contraparte se cansó de algo que era tan genuino. Ella sí lo tenía decidido.
Con acertada ‘Puntería’, la niña de los ojos de William, la de los pies descalzos que le enseñó al mundo como es que se baila en Barranquilla, sentó cátedra sobre cómo, cuándo, de qué manera y con quién una mujer decide superar su tusa. Su álbum, fiel retrato de sus estados anímicos, al margen de cualquier crítica musical, se erige como un tratado de rabiosa autenticidad femenina que refleja a través de su proceso de creación artística su desahogo más íntimo. Natural. ¿O qué esperaban? Ella es su propio jefe, fuerte, independiente, capaz de sacar de sí lo que le hizo daño.
Aceptó su dolor, lo visibilizó, soltó la culpa, venció el desengaño, se empoderó, saboreó la venganza, y hasta se mofó con elegancia exquisita de quienes le dijeron, impertinentemente, lo que debía hacer. Quizás por eso su desilusión, también su apoteósica revancha, que hacen parte de los sentimientos más universales, las hemos hecho propias. Shakira nos representa. Ya está. Clavo pasado. Adiós al sufrimiento. El tiempo se va volando. Bienvenidos los que llegan fijo. Que la música que mantuvo en pie a la loba la tenga aullando por siempre y, ¡cómo no!, facturando