De buenas intenciones está empedrado el camino al infierno. Los 40 carrotanques o camiones cisterna que la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres (Ungrd) tiene parqueados en una base militar de Uribia, en La Guajira, demuestra –una vez más– que las buenas soluciones no son aquellas sustentadas en discursos demagógicos que buscan granjearse los aplausos de las comunidades necesitadas con urgencia, sino aquellas que se planifican de la mejor manera posible para hacerlas realmente viables.

En definitiva, para que cumplan su objetivo primordial. Es indignante que en medio de la severa crisis por la escasez de agua en el departamento, sobre todo en la Alta Guajira, por efecto del fenómeno de El Niño, la entrada en operación de los vehículos aún no se produzca.

Hace más de un mes, el entonces encargado de la dirección de la entidad, Sneyder Pinilla –el titular estaba suspendido por la Contraloría General–, anunció que los equipos, con capacidad de 16 mil litros cada uno, suministrarían el agua a las poblaciones más vulnerables. Pero hasta ahora, nada de nada, aseguran líderes del departamento, en particular del pueblo wayuu, que dicen sentirse decepcionados, además de burlados por las nuevas promesas incumplidas o, al menos, no materializadas del Gobierno de turno. Sí, más de lo mismo.

¿De quién es la responsabilidad? Parece obvio. Solo hace falta volver a escuchar las declaraciones hechas de manera pública por los funcionarios de la entidad para entrar a evaluar el grado de improvisación que ha rodeado esta operación. Primero, se dijo que los camiones cisterna serían conducidos por soldados del Ejército, lo cual debió ser corregido por la propia unidad porque no era verdad.

Apenas ahora se acaba de abrir la convocatoria para seleccionar el personal idóneo. Segundo, cuando arribaron se indicó que los vehículos tipo doble troque, de origen europeo, con motores reforzados para alcanzar más potencia, eran ideales para los agrestes caminos de la Alta Guajira, pero ahora la unidad señala que les están haciendo unas adecuaciones para ponerlos a punto, tras los cuestionamientos de líderes sociales que reiteran que no podrán acceder a las zonas más distantes.

Y tercero, esos mismos dirigentes precisan que aún no existen certezas sobre las fuentes de abastecimiento del agua ni del combustible que les permitiría su operación.

Suma de imprevisiones que han minado la confianza de los guajiros en esta iniciativa que debía mitigar una de las muchas crisis que afrontan por cuenta de la devastadora sequía en la Alta Guajira. Ni hablar de los decretos del estado de emergencia económica, social y ecológica, que como si fueran un castillo de naipes fueron tumbando los magistrados de la Corte Constitucional por razones cantadas desde un primer momento que el Gobierno nacional se negó a escuchar.

Parecería que también ha sucedido con los camiones cisterna. Tramitar las complejidades propias de La Guajira demanda una sensibilidad particular, un relacionamiento puntual con las comunidades, con menos voluntarismo y más entendimiento, para evitar incurrir en los errores de siempre, que en este caso no solo estarían asociados a improvisaciones. Eso apenas sería la punta de un iceberg que se expande a tal velocidad que la intervención de los entes de control resulta imprescindible.

Demasiadas preguntas deben ser respondidas con absoluta claridad por el director Olmedo López Martínez, quien le dijo el sábado anterior a EL HERALDO que esta semana comenzarían a operar los vehículos adquiridos por la entidad por casi $47 mil millones en un contrato directo sobre el que se ha extendido un manto de duda en términos de su transparencia, tras denuncias del diario El Tiempo por la idoneidad de la firma seleccionada por la Ungrd para ejecutar la compra en tiempo récord y de La W Radio sobre supuestos implicados.

Lo que nadie pone en tela de juicio ni por un segundo es la imperiosa necesidad de solventar las diversas crisis de La Guajira. Nada resulta más importante que salvar vidas, las que están en riesgo por la falta de agua potable. Pero del afán no queda sino el cansancio. Tal vez algo más, pero eso tendrán que determinarlo los entes de control que, como en el caso de la Contraloría General, han comenzado –como corresponde– a hacer preguntas.

Que las respuestas no tarden en llegar, como tampoco el agua que necesitan los guajiros. Uno de ellos, el exministro Amylkar Acosta, sobre el caso recordó al poeta Antonio Machado, que dijo: “Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien importa más que el hacerlas”. Lástima que algunos parece que no saben leer ni escribir.