¿Se acabó el sueño panamericano? Hechos relevantes dados a conocer en las últimas horas por el presidente del Comité Olímpico Colombiano (COC), Ciro Solano, indican que la posibilidad de recuperar los Juegos es cada vez más remota. Asumamos la realidad. No solo porque los días transcurren sin avances concretos frente a la estrategia anunciada por el Gobierno nacional, hace dos semanas, para rescatar las justas deportivas. También, porque Panam Sports, coherente con su determinación “indeclinable” de retirarle la sede a Barranquilla, por lo que calificó, y con razón, de “grave incumplimiento” del contrato suscrito con la ciudad y la nación en 2021, ha reiterado la posición adoptada por su Comité Ejecutivo, comunicada públicamente el 3 de enero.
Y lo ha hecho de distintas formas, usando siempre los conductos regulares, como es el deber ser. En primera instancia, a través de una carta, fechada cinco días después de su mensaje oficial, el 8 de enero, y en respuesta a la que le había enviado el jefe de Estado, Gustavo Petro, a su presidente, Nevec Ilic, días atrás en medio de la tormenta política que desató en el país la insólita pérdida de los Juegos, los segundos en importancia tras los Olímpicos. Desenlace evidente de la pavorosa cadena de despropósitos de distintas entidades del Ejecutivo, mezcla de negligencia, incompetencia, descoordinación, y, claro, mezquindad y falta de voluntad política. Cóctel insalvable. A saber, si fue porque Barranquilla aparecía como la ciudad sede del histórico evento.
En su carta a Petro, Neven Ilic, que no es político, no engatusa, ni acude al arte de la simulación para no decir lo que piensa, precisa las razones del retiro de los Juegos. Con claridad, señala uno a uno los reiterados incumplimientos en tiempo y forma de las cláusulas pactadas. Situación invariable desde 2022, cuando aún gobernaba Iván Duque, y hasta diciembre de 2023, cuando expiró la última prórroga concedida a la ministra del Deporte, Astrid Rodríguez, dos meses antes.
La verdad de todo es que Panam Sports, responsable del evento multideportivo más importante de América, se hartó de enviar cartas, tocar puertas, llamar la atención del Gobierno de Colombia para que ejecutara los pagos pendientes y, a la vez, para que creara el Comité Organizador, estableciera un cronograma de trabajo o cumpliera la garantía de funcionamiento de los Juegos mediante un documento conpes. El inexorable tiempo, que cobra ahora una factura impagable, ha dejado al descubierto la indolencia de una administración inmersa en su propio laberinto de incongruencias que en un primer momento no fue capaz de dimensionar el tamaño de su error.
Tarde, demasiado tarde, cuando ya se habían perdido, y presionado por la opinión pública, el Ejecutivo valoró la trascendencia de los Panamericanos, lo que representaban para el país, y, en especial, para nuestros deportistas. Convocó el presidente Petro a un encuentro de alto nivel en la Casa de Nariño. Eso fue el 9 de enero, cuando el COC conocía, al menos, la respuesta de Panam.
Sin admitir responsabilidades políticas, en una acción in extremis, el mandatario anunció una ofensiva diplomática en cabeza del canciller Leyva para salvar las justas. Estrategia fallida porque dos días después el propio Ilic le solicitó a Solano que detuvieran las gestiones. Simple: el mundo del olimpismo no funciona así. Ciertamente, pudieron haber diseñado algo mejor. Mientras, ajenos a la realidad, pensando quizás con el deseo, durante los últimos 12 días creímos ingenuamente que el lobby internacional de embajadas y consulados iba de maravilla y que el presidente Petro pronto sería recibido por Neven Ilic, durante su viaje a Chile. Ni lo uno ni lo otro.
Es indiscutible que nos vamos quedando sin opciones en el objetivo común de recuperar los Panamericanos. No es de extrañar que así sea. Pese a que Barranquilla honró su palabra, pagó lo que le correspondía: más de 2 millones de dólares –que me temo no volveremos a ver y frente a lo cual los entes de control deben hacer su tarea–, la desconfianza de Panam Sports hacia el Gobierno nacional se levanta como el obstáculo más infranqueable para reconsiderar su decisión.
También es cierto que la verborrea tuitera del jefe de Estado no aporta a la causa. La repelencia de su más reciente mensaje, inoportuno e innecesario, en el que opinó con ironía sobre el incumplimiento de los plazos, señalando que “el 30 de enero no había llegado”, hasta donde él sabía, habría sido el puntillazo final de esta crisis cantada en varias cartas. Como si esto no fuera suficiente, la confirmación de que Barranquilla, por estatutos de la entidad deportiva, no puede volver a pujar por ser sede, a la que ya aspiran Asunción y Lima, oscurece aún más el panorama.
Sin margen de maniobra, el Comité Olímpico, cual tabla de salvación en este casi seguro naufragio definitivo, se aferra a la convocatoria de la Asamblea Extraordinaria, la única que podría reversar la decisión del comité. Pero la última palabra la tendría Ilic, el mismo al que la entonces ministra Urrutia no le respondía mensajes ni pasaba al teléfono, el hombre clave que se cansó de esperar.