Para muchos, el 2023 termina como empezó, con grandes dosis de incertidumbre, desconfianza y miedo. Otros estiman que se trata de un asunto de física desorientación. De cualquier modo, si este año fuera un examen de respuesta múltiple valdría señalar todas las anteriores porque retratan un escenario signado por el desasosiego. También por el desánimo en el que demasiadas tensiones se perciben en un ambiente difícil, como cargado de tigre, del que cuesta evadirse.
Así estemos en Barranquilla, otro lugar de Colombia y ni hablar del mundo, con dos guerras en curso. Más allá del rótulo con el que cada situación particular sea reseñada en el imaginario colectivo, la sensación general es que el rumbo se extravió hace rato, zarandeado por una serie de crisis no resueltas que envejecen de forma perversa.
De entrada, en el apartado nacional, encaramos una insoportable polarización política e ideológica que, aunque viene de años anteriores, ha demostrado en el gobierno de Petro una imprevisible suficiencia para reinventarse e ir a peor. Nuestra dirigencia, arrancando por el jefe de Estado, distante de las necesidades reales de la gente, se enzarza en debates, tan inútiles como desgastantes, que la revelan incapaz de dejar atrás sus diferencias. Más bien se esfuerzan, ¡y de qué manera!, en agudizarlas con discursos camorreros que perviven, luego, en las redes sociales. Persisten en errores que nos distancian, profundizan las causas de nuestros muchos conflictos políticos, y mantienen las heridas abiertas.
El 2023 ha sido, particularmente, un año de estresantes disputas entre el Ejecutivo y el Congreso, la Justicia, los entes de control, los empresarios, los medios de comunicación, y todo aquel que osara criticar o expresar posición distinta al relato oficial que, por cierto, no es el único válido en un Estado de Derecho. Esta patética confrontación politizada, que convierte en campo de batalla todo lo que toca, ha contaminado cualquier opción de entendimiento, insumo esencial para hacer prosperar los cambios viables y, sobre todo, sostenibles que el país demanda con celeridad.
El horror de una violencia sin fecha de caducidad ni tregua en el horizonte, así existan sobre el papel dos decretadas, manifestado en masacres, asesinatos de líderes sociales, recrudecimiento de extorsiones y secuestros, crímenes vinculados al fortalecimiento de estructuras armadas al margen de la ley en la ruralidad, en especial en el Cauca, nos sitúa en otro año fallido para la paz.
Sin certidumbre de contención, la ruptura de la cadena de seguridad tiene un preocupante capítulo de descontrol en lo urbano, siendo el de Barranquilla y su área metropolitana un caso de sumo cuidado que debe ser intervenido cuanto antes. Hasta ahora sumamos solo desaciertos. La desorientación es dramática. Nada de lo que se pone en marcha prospera. Si bien es cierto que la preservación del orden público es una cuestión que compete a Policía, Fuerzas Militares, incluso a la Rama Judicial, se echa en falta una política robusta orientada a neutralizar los factores generadores de violencias contra las comunidades, liderada por el comandante supremo de las FF. MM. y su ministro de Defensa.
A diario, hechos tan indeseables como dolorosos confirman que se dejaron coger ventaja, a tal punto que la desinstitucionalización de la Fuerza Pública erosionó la confianza de los ciudadanos que se descubren expuestos a los continuados zarpazos de la ilegalidad. Sin un giro estratégico que regenere las entrañas de la seguridad será la democracia la que acuse inestabilidad, como ya pasó en distintos momentos de nuestra historia.
En lo económico también se precisa de más pragmatismo y menos confrontación para salir al rescate de una economía renqueante, ralentizada y contraída en renglones representativos, como la industria, construcción y comercio, con escasas señales de repuntar en 2024.
Uno tras otro los retos se superponen en materia migratoria, transición energética, educación o eliminación de violencia contra mujeres y menores. Se necesita tanto que lo que se haga es poco.
Ningún viaje en solitario alcanzará buen puerto. Urge encontrar una salida a la incesante disputa política que ha restado gobernabilidad al Ejecutivo, así que nadie mejor que el presidente Petro para favorecer esa búsqueda con más talante democrático que partidista. Claro que antes tendrá que salir de su trinchera para desatar los nudos que ha amarrado. Los entrantes gobernantes territoriales marcarán un nuevo ritmo, añadiéndole más presión a su tiempo que entra en la cuenta regresiva del ecuador de mandato, con más pendientes que logros en el balance parcial.