En la cuenta regresiva para el final de 2023 no queda más que lamentar que ya no una sino dos guerras despedirán el año. La de Ucrania que, inevitablemente, se encamina a su segundo aniversario y la de Gaza, donde no se vislumbra en el horizonte ninguna señal de resolución viable. ¿En qué momento estos atroces conflictos, singulares en sí mismos, que suman decenas de miles de muertos cada uno por su cuenta, además de una absoluta devastación, por no hablar del infame sufrimiento que han causado a millones de víctimas, comenzaron a pasar a segundo plano para el resto del mundo que apenas habla o se ocupa de ellos? ¡Se nos volvieron paisaje!
Hace días en su encuentro anual con la prensa, en el que curiosamente nunca recibe una pregunta incómoda, el autócrata Vladimir Putin insistió en que la guerra de Ucrania terminará cuando Rusia alcance sus objetivos. Otra de sus usuales declaraciones altisonantes porque tanto tiempo después del inicio de la invasión, en febrero de 2022, que ha dado paso a un irresoluble conflicto crónico, aún continúa siendo un misterio cuál era realmente su propósito, si es que tenía alguno, más allá de su delirante pretensión de restablecer el otrora imperio ruso. Lo cierto es que casi desde el primer momento sus tropas encallaron en el campo de batalla, escenario que nunca previó, pero que en todo caso no les ha impedido que hagan un daño horrible a su vecino.
Ante la inesperada decisión del Partido Republicano, de Estados Unidos, que se opuso a aprobar recursos adicionales de ayuda militar a Ucrania, la Unión Europea cerró filas en torno al presidente Zelensky, anunciando el inicio de las negociaciones para adherir a su país, también a Moldavia, a su selecto club, que todo apunta a que se extenderá hacia el Este. No se descarta que con la OTAN suceda lo mismo. Con esa determinación, que es más simbólica que otra cosa porque no tendrá impacto alguno en el frente de batalla, más la adopción de nuevas sanciones contra Moscú y la destinación de recursos complementarios para financiar la guerra, los socios europeos envían claras señales a Putin de que no cejarán en su empeño de respaldar a Ucrania, tomando partida en un conflicto que permanece estancado, sí, pero que no les deja alternativas.
Mucho menos ahora cuando el horror de Gaza concentra casi todos los focos mediáticos. Rusia parece no tener prisa, en efecto, juega a ganar tiempo, como históricamente ha hecho, confiando en que la prolongación de la crisis en Ucrania produzca un agotamiento de los esfuerzos de Occidente por mantener invariable su respaldo a Kiev. Israel tampoco cede en su brutal ofensiva contra la Franja que deja ya casi 21 mil muertos y 55 mil heridos, tras los execrables atentados terroristas de Hamás. Pese a los insistentes llamados de sus aliados, como Estados Unidos, que considera que la protección de los civiles es “un deber moral y un imperativo estratégico”, o Reino Unido, que ha reclamado un “alto el fuego sostenible, tras la pérdida de demasiadas vidas”, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no afloja un ápice en su sangrienta campaña.
La situación en Gaza es cada vez más agónica, dentro y fuera de sus límites. Ninguna ubicación resulta segura para sus 1,8 millones de desplazados internos, ni tampoco se concretan las gestiones diplomáticas para acordar nuevas treguas que faciliten la liberación de más secuestrados israelíes, así como la entrada de la indispensable ayuda humanitaria a la zona de las operaciones militares, donde la ONU ha denunciado “obstáculos masivos” para su distribución. Por el momento, nada conduce a suponer que el fin de la ofensiva se acerca, pese a que por primera vez Israel considera que la Autoridad Nacional Palestina, (ANP), bajo determinadas condiciones, podría asumir el control de Gaza, tras la guerra. Aunque diga lo contrario, Netanyahu, consciente de que la unidad nacional despertada tras los ataques masivos de Hamás comenzó a agrietarse, sabe que quedarse ocupando la Franja sería un error irremisible.
Cada bombardeo sobre Gaza confirma la superioridad militar de Israel, lo lleva a ocupar nuevas posiciones o a intensificar su ofensiva, pero no lo conduce necesariamente a ganar la guerra. La solución política de los dos Estados es el camino a seguir, difícil pero necesario. Lo demás, sobre todo una guerra, tan cruenta e inhumana como esta, no deja de ser un relato que apuesta por objetivos poco realistas que solo profundizan el sufrimiento de sus pueblos, mientras aumenta el riesgo de que se expanda todavía más el conflicto, desde Yemen a Irán, incluido el mar Rojo.