¿Qué tienen en común la Nobel de Economía 2023, la estadounidense Claudia Goldin, y la ingeniera civil cartagenera Yulissa Batista? Se sorprenderían de lo mucho que las une. Estas dos mujeres de contextos distintos y distantes, que no se conocen y, probablemente, no lo harán nunca son testimonio fehaciente de una misma realidad: la persistente e ignominiosa desigualdad de género que no deja de reproducirse en el mundo entero.
En el caso de la catedrática de la Universidad de Harvard, quien acaba de recoger el premio, sus documentados estudios identificaron y pusieron en evidencia con rigurosa profundidad las desventajas históricas que han condicionado la participación de las mujeres en el mercado laboral. Goldin demostró cómo la brecha laboral femenina se ha traducido en menores salarios e ingresos, elevados costos para su vida personal y familiar, desproporcionadas cargas domésticas, en especial en las tareas de cuidado, y en asimetrías centenarias que, pese a algunas modificaciones evolutivas en comportamientos sociales, no han podido ser del todo solventadas.
Esos factores discriminatorios, casi siempre de carácter cultural y social, que han limitado per se las posibilidades de las mujeres para incorporarse en igualdad de condiciones que los hombres al mercado del trabajo, son los que han dificultado el desarrollo profesional de Yulissa Batista en el masculinizado sector de la construcción. No es solo una crítica, que también, sino una situación real que nos convoca a reflexionar y, con mayores esfuerzos, a remediar, todo lo que sea posible.
Tantas vivencias hostiles con las que debió lidiar, desde sus inicios como obrera de enchapes hasta convertirse en la ingeniera civil especialista en interventoría de obras que en la actualidad es, darían para sustentar, ¡cómo no!, el extenso trabajo investigativo de la profesora Goldin. Por mencionar algunos patrones de disparidad, que en últimas son transversales a muchas de las actividades económicas de nuestro país, Yulissa fue víctima de acoso por sus compañeros, excluida de procesos de contratación por ser mujer y cuestionada en sus capacidades, talentos o habilidades, lo que la obligó a esforzarse el doble o el triple que los demás para demostrar su valía u obtener una oportunidad. Como cereza de este pastel envenenado, a final de mes recibía un salario inferior al promedio del resto de sus colegas hombres que cumplían su misma labor.
A entender el por qué a millones de Yulissas en el mundo les sucede lo mismo ha dedicado su vida Goldin que, dicho sea de paso, también ha tenido que luchar, y mucho, para abrirse espacios. Apenas es la tercera mujer que obtiene el Nobel de Economía desde 1969, cuando se empezó a otorgar este premio, y fue la primera en conseguir una cátedra en el departamento de Economía de Harvard, en 1989. Simplificando, si las mujeres hemos trabajado a lo largo de la historia, a la par de los hombres, ¿por qué no tenemos las mismas posibilidades que ellos en materia laboral?
Sabemos, incluso, por experiencias autobiográficas o cercanas, que la prima negativa de la maternidad, como lo estima la propia Goldin, las dificultades para acceder a formación superior y el inequitativo reparto de las tareas del hogar y de los cuidados les pasan factura a las mujeres, arrastrándolas a un círculo vicioso, del que difícilmente pueden escapar. Si bien es cierto que los métodos anticonceptivos les ofrecieron opciones para programar sus estudios y acceder al mercado de trabajo, también es cierto que la llegada del primer hijo produce un punto de inflexión en su vida profesional que puede costarles el equivalente al 10 % de su salario por la demanda de horarios flexibles para dar respuesta a sus nuevas cargas domésticas. Sin comprensibles medidas de conciliación en sus empresas, muchas tendrán que renunciar a sus carreras, al menos durante un tiempo, acusando evidentes rezagos frente a sus pares masculinos.
Es así como la omnipresente brecha salarial se vuelve insalvable a lo largo de la vida laboral de las mujeres. Mientras los empleos codiciosos, como los cataloga Goldin, esos que no respetan límites, ni conocen horarios, ni necesidades de las cuidadoras se impongan a los flexibles, las mujeres seguirán constatando cómo se diezma su potencial económico. No solo se trata de más o mejor educación o de empoderamiento femenino, que igualmente son cruciales, sino de repartición de cargas en el interior de los hogares y, en este duro contexto, los hombres pueden jugar un papel determinante para cambiar la persistente relación de desigualdad de la sociedad.