La ampliación por 48 horas de la tregua humanitaria temporal en Gaza, acordada entre Israel y Hamás a instancias de Estados Unidos, Egipto y Qatar, extendió la esperanza para quienes anhelan aliviar el dolor absolutamente inhumano que se padece a ambos lados de la Franja.

Por un lado se encuentran las familias de ciudadanos israelíes y de extranjeros aún en poder de la organización terrorista que presionan al primer ministro, Benjamín Netanyahu, para acelerar su regreso a casa. Por el otro, están decenas de miles de habitantes del enclave desplazados de sus hogares que luego de casi 50 días de incesantes bombardeos tienen al fin un respiro.

Con cautela, algunos aprovecharon el alto el fuego comenzado en la mañana del viernes, inicialmente durante cuatro días, para retornar a sus casas, donde comprobaron que nada quedaba ya en pie. Esa destrucción desoladora le ha ratificado a la comunidad internacional la urgencia de ingresar toda la ayuda humanitaria posible para satisfacer las necesidades básicas de cerca de dos millones de personas.

Hasta ahora, 65 rehenes han sido liberados por Hamás a cambio de 150 presos palestinos que abandonaron las cárceles israelíes. Todos son mujeres y adolescentes que en ningún caso tienen delitos de sangre.

Pese a desacuerdos, retrasos y tensiones de último minuto, que lograron ser conjurados por los mediadores, el intercambio se ha venido materializando, la tregua no se ha roto y centenares de camiones con asistencia alimentaria, medicinas y combustible, operación a cargo de organismos humanitarios, han podido ingresar a Gaza. Dicho de otra forma, las partes han sabido honrar su palabra. Y aún se espera el intercambio de 20 secuestrados más por 60 reos.

Lo que está por venir, sin embargo, resultará bastante más complejo. Aunque con insistencia la comunidad internacional le ha pedido a las partes hacer duradera y sostenible la tregua, mientras se avanza en la negociación de una salida política que detenga, de una vez por todas, el prolongado ciclo de violencia en Oriente Medio, Israel anuncia que al finalizar el alto el fuego reanudará la ofensiva contra Hamás en los más duros términos. Escenario que Estados Unidos, actor relevante en la zona, da por descontado al desestimar que el actual alto el fuego, que debe terminar el jueves y al margen de que se amplíe un poco más, dé paso a una tregua permanente.

Israel reitera que tras el brutal ataque terrorista de Hamás, en el que 1.400 personas fueron asesinadas el 7 de octubre, su objetivo es erradicarlos de Gaza. Algo que no es realista a juicio de reconocidos expertos que consideran, eso sí, que el ejército israelí cantará victoria en esta espantosa guerra.

Con casi 15 mil muertos, más de 6 mil de ellos menores de edad, y otros 7 mil palestinos desaparecidos, el horror se recrudecerá todavía más. No solo para los habitantes de la Franja, también para los de Cisjordania. Bien lo subraya el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell: “No habrá paz o seguridad para Israel sin un Estado palestino”. De modo que justificar una barbarie cometiendo otra, solo conducirá a escalar el extremismo y la radicalización en curso.

Si se descarta una solución política que asegure un futuro sostenible en la convulsionada región mediante la existencia en paz y seguridad de los dos estados, Israel y Palestina, uno al lado del otro, ¿quién se ocupará del desastre humanitario en que quedará reducida Gaza cuando Israel decida que todo acabó? ¿El mismo ocupante decidirá su anexión con sus millones de potenciales enemigos? ¿La entregará a la Autoridad Nacional Palestina? ¿Será capaz Naciones Unidas de asumir su administración?

Las experiencias en torno a estas posibilidades son desaconsejables. Así que si alguien tiene una mejor solución que la de los dos estados es imprescindible que la proponga ahora que la tregua ha arrojado algo de luz sobre la absoluta oscuridad dejada por la estela de muerte, destrucción y dolor de la que el mundo ha sido testigo a diario hace semanas.