El presidente Gustavo Petro ha vuelto a dar pasos en la dirección correcta. Esta semana, el jefe de Estado salió de su acostumbrada trinchera del ensimismamiento, obstinación y la confrontación para tender puentes de entendimiento. Lo hizo con los dueños y representantes de los más importantes grupos económicos del país y con el jefe natural del principal partido de oposición, el expresidente Álvaro Uribe, y su bancada, con quienes sostuvo extensas reuniones.
Adicionalmente, en una decisión inesperada, el mandatario prescindió de uno de sus alfiles más cercanos, el alto comisionado de Paz, Danilo Rueda, quien no dejaba de acumular desaciertos por su desmedido afán de mostrar resultados en la política de la paz total que, a estas alturas, luce empantanada. Parece que por fin escuchó el insistente clamor de quienes así lo advertían.
Quién sino el primer mandatario es el que más debe esforzarse por detener la representación de tragicomedia en la que parece haberse convertido su gobierno durante los últimos meses. El ánimo conciliador de estas reuniones o, al menos, lo que trascendió de ellas a la ciudadanía, ha insuflado algunas esperanzas de cara a construir un nuevo tiempo de moderación, concertación y diálogo reclamado por tantos sectores que piden con vehemencia el restablecimiento de la confianza entre quienes están llamados a actuar con sentido de la responsabilidad, sin populismos ni demagogias para dejar de lado el nefasto juego de la polarización con todos sus efectos.
Cuidar las apreciaciones, en cuanto a la forma como el fondo, tanto las del mandatario como las de sus colaboradores, tendría que ser un imponderable en este proceso de acercamientos, si de manera genuina el capitán del Gobierno del Cambio desea alcanzar buen puerto. Debe ser así porque el que peca y reza casi nunca empata. Aspiremos a que pueda ser una lección aprendida.
La imagen sonriente del presidente rodeado por los ‘cacaos,’ con quienes busca dar forma a un acuerdo de alcance nacional, basado en educación, productividad, economía popular e inclusión financiera y territorial, contrastó con el tono destemplado usado por su ministro de Salud, Guillermo Alfonso Jaramillo, para presionar el respaldo de la Alianza Verde a la aprobación de la reforma de su sector que, pese a los muchos esfuerzos de la guardia pretoriana del Ejecutivo, continúa languideciendo en la Cámara. El ‘fuego amigo’ ha terminado por erosionar esta relación.
En tiempos difíciles, pero sobre todo de incertidumbre como los actuales, el encuentro entre el jefe de Estado y los empresarios en Cartagena, a la espera de que se incluyan delegaciones de otras regiones del país, como el Caribe, dejó en sí mismo señales alentadoras acerca del espíritu de generosidad que demostraron en el propósito de cerrar consensos en torno al bien común. De eso se trata la generosidad, de reconocer el beneficio general por encima del individual como el valor superior que es. Ante la urgencia de encontrar salidas a las crisis que nos aquejan, la gente agradece gestos que reduzcan tensiones no resueltas con gran respeto civilizatorio. Es el camino.
No es pecado mortal, pero si alguien ha sido un antagonista implacable de sus interlocutores, ha sido Gustavo Petro, desde antes de convertirse en presidente y también ahora. Será porque se vence dividiendo, el perverso relato de la confrontación con su comprobada rentabilidad electoral ha alentado la retórica del populismo, la polarización política, además de descalificaciones y acusaciones temerarias hasta situarnos en extremos de los cuales nos cuesta salir. Sin embargo, ha quedado claro que bajo esos patrones no se cohesiona tejido social ni se tramitan consensos, tampoco se ambienta el clima de concertación que en medio de las previsibles diferencias demandan las reformas en el Congreso y la paz real en los territorios.
Las dificultades de la economía convocan a una reflexión colectiva sobre la premura de rencauzar el rumbo para sumar los esfuerzos del sector privado antes de que la recesión ejerza aún más presión. El debate de ideas sobre la reforma a la salud entre el Gobierno y el Centro Democrático en la Casa de Nariño no pretendía un acuerdo, eso era ingenuo, sino retomar el valor del diálogo como forma legítima de expresar las diferencias de manera respetuosa, algo que la polarización nos arrebató. Entender que las posiciones extremistas e ideologizadas no conducen a ninguna parte tendría que ser una decisión valiente de todos los demócratas de este país. El tiempo corre.
Nada más cierto que la paz requiere cambios y los cambios demandan diálogo, mucho diálogo. Este mensaje del presidente Petro, el día de su posesión, ratificado esta semana en sus palabras, también en sus gestos, debe prevalecer hasta que se traduzca en realidades de manos tendidas. Que así como la política nos fracturó, que ahora se vuelque para sanar los resentimientos que por momentos nos paralizan. Las salidas ahí están, a la vista, y son por todos conocidas.