Cuando el arbitro uruguayo Andrés Matonte subió la mano a su boca e hizo sonar el pitazo final del partido que Colombia le ganó –por primera vez en la historia de las eliminatorias mundialistas– a Brasil, el júbilo estalló en cada rincón del estadio Metropolitano Roberto Meléndez, donde por lo menos 46 mil almas levantaron sus brazos, aplaudieron hasta el cansancio y se fusionaron en abrazos tras la épica batalla que los dirigidos por Néstor Lorenzo protagonizaron sobre el terreno de juego.
Lo propio vivieron los jugadores colombianos que, al escuchar la sentencia del juez que finalizó el encuentro futbolístico, se arrojaron al césped, doblaron sus rodillas y elevaron su agradecimiento por una victoria, para nada fácil, que lucharon sin tregua y con absoluta entrega los 96 minutos que duró el compromiso.
Durante 76 minutos jugados sobre el césped del ‘Metro’, Colombia, y especialmente Luchito Díaz, remaron contracorriente después del gol con el que los pentacampeones del mundo amenazaron con sumar una nueva victoria para el récord sobre nuestro seleccionado nacional.
El comienzo del juego pintaba mal, pero al final de la jornada se trató de la epopeya más hermosa para relatar y dejar grabada para la historia.
Los jugadores del onceno inicial comenzaron a convencerse de que podían revertir el capítulo de la historia y de todas las maneras posibles empezaron a buscar el empate, pero por más que luchaban no conseguían el premio. Solo hasta el minuto 34 del segundo tiempo, Luis Díaz consiguió la recompensa a su perseverancia y valentía y con su cabeza venció a su compañero del Liverpool, Alisson Becker.
Primer momento cumbre de la noche. Armando un corazón con sus manos corrió a mirar a sus padres y a su familia para ofrecerles el gol que había estado esperando para reconciliarse con la confianza y con su fútbol, después de días difíciles en lo deportivo y ni qué decir de lo personal, luego de padecer el secuestro de su padre a manos del Eln, que lo privó de la libertad por 12 días.
En tanto, arriba, en la gradería occidental, Mane Díaz dejó explotar la emoción y sus lágrimas para celebrar la anotación de su hijo. Con él todos los hinchas dentro del estadio y a través de las pantallas de televisión desprendieron el esperado grito de gol que tenían atragantado para celebrar con Luchito.
Y como la de este jueves era una jornada reservada para las emociones, cuatro minutos después un pase magistral de James Rodríguez —todo un gladiador en la cancha, que revalidó más que nunca su condición de líder— terminó nuevamente en la bendita cabeza del delantero guajiro.
Parecía que el corazón de Mane no iba a resistir. Pero qué va. Se trataba de la exultación en su máxima expresión del agradecimiento por estar vivo, libre y disfrutando del talento de su hijo que se vistió de héroe y le entregaba al país una victoria soñada. Misma libertad que el país espera para todos aquellos que hoy sufren el flagelo del secuestro. No hay que olvidar.
Cosa aparte fue el público que asistió al Metropolitano y que definitivamente se puso la ‘10’ para ser el jugador número 12. No paró de alentar durante todo el partido. Lo necesitaban los jugadores. Lo otro es que quedó demostrado que el calor de Barranquilla también juega contra los rivales para desgastarlos, si no pregúntenle a Vinicius Jr.
Muchas lecciones para recoger del triunfo colombiano. Rendirse no es una opción, hay que luchar hasta el final en cada propósito. Eso hicieron Lucho, James y todo el equipo, incluidos los que entraron desde el banco enviados por el técnico Lorenzo, que arriesgó, se atrevió y consiguió el resultado. Solo quien apuesta, quien compite, quien actúa, tiene la posibilidad de vencer. Y una lección más, pasada la competencia y vencido el rival, la amistad y el espíritu solidario y deportivo debe surgir: eso nos enseñaron Lucho y Becker, que se fundieron en un profundo abrazo.
La Selección Colombia es y debe ser siempre un instrumento para unir, para celebrar, para ser una sola nación. Esa capacidad no se puede descuidar. Como lo dijo el capitán James Rodríguez: “Somos más los buenos”, y eso es lo que al final importa. Lo demás ocurrido por fuera del espectáculo deportivo y que desvió la atención por la polarización e ideologización en todo lo que nos rodea es otro debate aparte.