La que termina ha sido una semana postelectoral difícil, bastante más que lo usual. Una de esas en las que hace falta respirar profundo para no colapsar. Antes que nada, la indignación nacional, también de la comunidad futbolística internacional por el miserable secuestro de Luis Manuel Díaz, padre de la estrella guajira del Liverpool, Luchito Díaz, a manos del Ejército de Liberación Nacional (Eln), en su natal Barrancas. De principio a fin, un absoluto desastre que escapa a toda racionalidad, justificación o lógica, pese a que los elenos han intentado, cínicamente, exculparse.
Y lo es no solo por la crueldad misma del secuestro, una práctica criminal proscrita por nuestra normativa penal, violatoria del Derecho Internacional Humanitario (DIH), sino también por el efecto –que se da como un hecho– tendrá en la mesa de conversaciones. Su futuro luce incierto. Porque se hace impensable continuar, bajo el actual modelo, la negociación con una guerrilla que secuestra, extorsiona y, en general, delinque para financiarse, mientras suma nuevas víctimas civiles a su extenso prontuario delictivo. La paz total no será viable ni sostenible si se pretende alcanzar a cualquier precio o renunciando a que el Estado garantice seguridad a sus ciudadanos.
Ahora bien, ¿cómo interpretar esta descomunal torpeza política del Eln con la que ratifica su conocido desprecio por la vida? No hay manera. Nada distinto a lo que es: una estulticia incontestable, responsabilidad directa del Frente de Guerra Norte que a pesar de encontrarse sentado en la mesa de negociación, tras el secuestro de Luis Manuel Díaz, ha revelado grietas en la unidad de mando de la guerrilla, más allá del carácter autónomo de sus distintas estructuras.
¿Qué creían que iba a suceder cuando el país conociera que dieron la orden de planear y ejecutar un crimen tan atroz? No insulten la inteligencia de los colombianos tratando de hacerles creer ahora que no sabían a quién secuestraban. ¡Por favor! Tengan al menos algo de gallardía, comandante Antonio García, revise sus palabras: cuando se retiene a alguien contra su voluntad se trata de un secuestro. Sin eufemismos. Ustedes tenían claro por qué y para qué secuestraban a Mane Díaz, en tanto la sociedad civil y la comunidad internacional ponían en valor sus pasos en la construcción de un camino de paz con el primer gobierno de izquierda de la historia del país.
Sin ambages, hay que insistir en que este secuestro no solo es una violación al cese el fuego, al que se había comprometido su delegación mediante un acuerdo firmado hace tres meses, reconocido por veedores de peso, como Naciones Unidas. También es una bofetada, una burla, a la confianza que la nación entera había depositado en su esperanzador anuncio de buscar una salida negociada. Desconcierta, sí, pero no extraña descubrir que el Eln nos engañó, nos metió los dedos a la boca o nos vio la cara de tontos, como en ocasiones anteriores. ¡Seamos honestos!
Quienes antes lanzaron acusaciones temerarias, entre ellos el canciller Leyva, sobre los saboteadores del proceso, ¿qué dicen ahora?, ¿dónde están los verdaderos saboteadores, sino en el interior de las filas de la guerrilla? Pese a los buenos oficios del Mecanismo de Monitoreo y Verificación, esta crisis no tendrá un aterrizaje suave. No tiene cómo. Lo que se abre es un camino de complejidad e incertidumbre que exige que el Eln defina con claridad qué cabría esperar de sus acciones o es que el Coce, su Comando Central, ¿seguirá avalando actos de guerra como este? El secuestro del padre de Luis Díaz no es un hecho aislado, sino la señal más evidente de un drama insoportable que ha vuelto a dispararse en Colombia. Entre enero y septiembre, este delito en su modalidad extorsiva creció 82 %, comparado con el mismo periodo de 2022. Preocupa la débil respuesta de las instituciones, en especial de la Fuerza Pública, ante una amenaza que va al alza.
¿A dónde nos conducirá el escalamiento de las hostilidades por parte de los violentos que empoderados tras la reconfiguración de los conflictos territoriales arremeten contra una ciudadanía que se percibe indefensa? No nos cansemos nunca de repetirlo: no existe razón ni justificación alguna para arrebatarle a una persona su libertad y, de paso, su dignidad, sometiéndola a un abominable crimen que durante décadas ha destrozado la vida de miles de familias. Frente a él, la única salida posible siempre será la liberación inmediata y sin contraprestación de las víctimas. Esta debe ser una exigencia innegociable del Gobierno en los escenarios de la paz total. No se puede invocar ser una potencia mundial de la vida, mientras una sola persona permanezca en poder de sus captores. ¡No normalicen esta monstruosidad! Libertad para todos los secuestrados, a esta barbarie hay que ponerle punto y final para siempre.