Tras una semana de tensión bélica en Oriente Medio varias cosas han quedado claras, en medio del estupor e indignación aún indigeribles. Primera, el fulminante, despiadado y, sobre todo, inesperado ataque del Movimiento de Resistencia Islámico (Hamás) contra Israel, que ha dejado más de mil 400 víctimas mortales, casi todas civiles –entre ellas los colombianos Ivonne Rubio y Antonio Macías–, además de un centenar de secuestrados, constituye un hecho terrorista sin precedentes que los avezados servicios de inteligencia de ese país no vieron venir.

Demasiadas preguntas continúan aún sin resolverse. Una operación militar tan elaborada, algo nunca visto, no se planeó de un día para otro. Eso, sin duda. Los milicianos de Hamás debieron tardar semanas, cuando no meses, entrenando, con asesoría externa de Hizbolá o de la Guardia Revolucionaria iraní, probablemente, según los análisis iniciales, pero Israel ni se enteró. ¿Cómo fue eso posible? Aparentemente por una cadena de gravísimos errores en sus sofisticados, omnipotentes y costosísimos sistemas de vigilancia, burlados sin más. Al margen de ello, sin paliativos ni ambages, este asesinato colectivo, del que se han venido conociendo los más crueles reportes ha convocado la firme condena de la comunidad internacional movilizada a favor de Israel.

Segunda, la operación castigo contra Gaza, ordenada por Benjamín Netanyahu, primer ministro del gobierno más ultranacionalista de toda la historia de esa nación, que había provocado una inédita ruptura entre los ciudadanos israelíes, suma –por el momento- casi 2 mil muertos y 8 mil heridos, sin que exista el menor indicio de que los bombardeos cesarán. Por el contrario, lo que se espera ahora es una implacable ofensiva terrestre, tras el masivo despliegue de militares en los alrededores de la franja.

Vuelve y juega. La durísima respuesta armada de Israel contra el que estima un enemigo a desaparecer está haciendo de ese ínfimo territorio semidesértico, considerado por la ONU como “inhabitable”, un sitio todavía más miserable para sus 2 millones de desesperados habitantes que se descubren atrapados en lo más parecido a una ratonera.

¿A dónde van a huir por más que Israel se los pida? Indudablemente fue Hamás, que la gobierna desde 2007, el que desató el actual caos con su barbarie terrorista. Sus líderes se justifican, señalando que es el resultado de los “crímenes de la ocupación sionista”, en tanto abonan el terreno de la radicalización de generaciones enteras de niños y jóvenes palestinos, intoxicados por la exacerbada violencia que los acecha, sin futuro posible ni escapatoria a una vida de fanatismos o extremismos, en la que no tienen que perder porque ya lo han perdido casi todo.

Tercera, desde que se comenzó a conocer la dimensión del ataque, como si fuera un asunto insustancial y no una tragedia espantosa que ha destrozado la vida de miles de familias israelíes y palestinas, socavando el frágil equilibrio del mundo árabe, se han levantado voces dedicadas a atizar el fuego de la sinrazón del odio que solo incuba más división, rencor y deseos de venganza en una región en llamas. Cada quien, desde su manera de entender el mundo o desde su orilla política e ideológica, ha hecho su propia valoración de lo que sucede en Oriente Medio, arrogándose la verdad de los hechos. ¿Alguien la tiene, realmente, cuando lo único que les parece importar es que se aplique el ojo por ojo sin medir las consecuencias? ¿La andanada de desafortunados señalamientos del presidente Petro, por ejemplo, cambiará tan dramáticas circunstancias? ¿O su inusitado protagonismo en este histórico conflicto solo nos sitúa en el ojo del huracán de naciones en máxima alerta que no entienden por qué tanta tozudez y cerrazón?

Cuarta, mientras la Corte Penal Internacional habla ya de crímenes de guerra en la espiral de atrocidades cometidas por ambos lados, lo que aumenta los reproches mutuos, Irán se frota las manos. Sin disparar un solo cohete, hasta ahora, ha logrado dinamitar puentes de entendimiento entre Israel y Arabia Saudí, debilitar los existentes con otras naciones del mundo árabe y elevar su legitimidad regional. Impredecible polvorín en el que la solución de dos Estados, el israelí y palestino, de los Acuerdos de Oslo de 1993 hace agua, en tanto Hamás pone contra las cuerdas a la exigua Autoridad Nacional Palestina que gobierna Cisjordania. ¿Qué posición tomará ahora?

Quinta, no se vislumbra solución a la vista. No, al menos, en el corto plazo, cuando las heridas aún sangran y cuesta entender lo ocurrido. En todo caso, para frenar el baño de sangre y, en particular, para alcanzar un mínimo entendimiento hará falta el concurso de la comunidad internacional, que calcula sus movimientos para rodear a Israel y mantener algún tipo de oxígeno a los palestinos en Gaza. Morirán muchos, muchísimos. Hamás lo sabía desde antes, pero convive con el horror y sigue el libreto de Irán. ¿Hasta dónde irá Israel? Difícil saberlo porque Netanyahu está más que presionado. Estados Unidos, siempre ahí, podría ser crucial. Del resto, solo cabe esperar más dolor, inhumanidad, destrucción y una crueldad terrorífica, imposibles de nombrar.