Respecto a la inteligencia artificial generativa que, sin duda, señala el inicio de una nueva era en los entornos laborales, ni tanto que queme al santo ni vela que no lo alumbre. La expansión de esta eclosión tecnológica, porque ciertamente lo es, aparece acompañada de crecientes temores o angustias sobre la desaparición de millones de empleos en el mundo. No se trata de apocalípticas percepciones infundadas, sino de circunstancias reales que se irán materializando en el corto o mediano plazo, como mucho. ¿Debemos entrar en pánico? No necesariamente.

Conviene más bien esforzarnos por entender lo que está pasando, sin dramatizar más de la cuenta, aunque la incertidumbre nos consuma debido a que nadie sabe con certeza a lo que nos enfrentamos, pese a que se pueda catalogar como una vorágine de veloces transformaciones en todos los escenarios hasta ahora conocidos que pondrán a prueba, aún a las sociedades más avanzadas. En nuestro caso, tendremos que abrir aún más nuestras mentes para intentar sumarnos a esta revolución en toda regla, porque más allá de quijotescas experiencias, dignas de admiración, aún no estamos dando los pasos necesarios como nación para insertarnos en la IA.

Intentado ser todo lo asertivos que sea posible frente a este tiempo tan dinámico que se halla en plena construcción, en ocasiones de forma especulativa o riesgosa, nos corresponde asumir que la inteligencia artificial, esa que es capaz de simular el razonamiento humano e incluso ser medianamente creativa, también generará, como rara vez sucede, la aparición de millones de puestos de trabajo. Muchos de ellos, ni siquiera existen a día de hoy. Nadie puede perder de vista que la IA es una herramienta creada por personas competentes, preparadas, con visión de futuro, que necesitará más personas con esas y otras características que puedan mejorar su eficiencia. No, esta tecnología de algoritmos de aprendizaje automático no se entrena, sustenta o explica sola, aunque así lo parezca, de modo que también se equivoca y comete errores.

¿Dónde queremos situarnos cuando los nuevos lenguajes de la inteligencia artificial se expandan por completo? No habrá lugar donde esconderse, porque este desarrollo tan imparable como impredecible, como muchos pensadores y científicos han anticipado, terminará por rehacer nuestra sociedad, la economía, la educación, la cultura, el arte o el periodismo. De hecho, ya está sucediendo. Que no se olvide lo que significó en nuestras vidas la irrupción en su momento de los computadores, los celulares, el internet o el big data, elementos que en la actualidad son una extensión de la forma cómo entendemos el mundo, tanto que ya no podemos prescindir de ellos.

Conscientes de que a muchos nos costará encajar o adaptarnos a la vertiginosa velocidad que esta transformación ha ido alcanzando, resulta imprescindible abrir el debate público sobre cómo se está abordando o, mejor aún, gestionando el impacto de la inteligencia artificial, desde el ChatGPT hasta sus sistemas más avanzados, que en todos los casos demandará descomunales cantidades de datos para ser realmente efectiva. Potenciar sus oportunidades, como la creación de empleo y mejora en la calidad de vida de la gente, al igual que calibrar sus riesgos, entre ellos la profundización de la desigualdad en el acceso al conocimiento o su uso abusivo y mal intencionado, son asuntos de responsabilidad colectiva que no se le pueden delegar en exclusiva al Gobierno. A este se le debe exigir que se ocupe con más y mejor pertinencia de regular y, sobre todo, de posibilitar los procesos en curso para que tanto la academia que investiga y financia la formación de la mano de obra demandada por las nuevas categorías de trabajo, como las empresas e industrias que apuestan por una reconversión y la sociedad entera, cuenten con mecanismos para empoderarnos a todos en este retador proceso.

Esto no es solo tecnología, que claro que lo es, también es una apuesta por resolver problemas complejos que faciliten la toma de mejores decisiones. Establecer límites o líneas rojas resulta indispensable, aunque al final dependa de cada uno cuán honesto, transparente o ético será en el uso de esta herramienta que también puede ser tan peligrosa como darse un tiro en el pie. Ni miedo irracional ni excesiva confianza, la IA transforma el mundo, pero no lo hará totalmente nuevo. Que quede claro que habrá empleos que no podrá reemplazar porque la humanidad, capacidad de inspirar, emocionar o crear, nunca las podrá replicar una máquina. Abrazar, jamás.