Las aguas políticas en el Atlántico andan revueltas. En clave electoral, todavía más. Como si no fuera lo suficientemente sísmica la escandalera desatada por las movidas del hijo del presidente, el diputado Nicolás Petro y su séquito de tramitadores, lobistas o cargadores de maletas que, de acuerdo con su exesposa Day Vásquez, habrían trasladado cuantiosos recursos producto de sus presuntas corruptelas, acaba de ser deportada desde Venezuela la condenada excongresista Aida Merlano, quien ha tenido funcionando en los últimos años el ventilador sobre el entramado de corrupción electoral en el departamento, del que ella también ha sido pieza clave.
Indudablemente, la cosa se ha puesto como para alquilar balcón. Claro que en la medida de sus implicaciones, a muchos les convendría guardar prudente distancia por todo lo que estaría a punto de volar al zarzo, en especial en este año electoral que se anticipa vehemente.
Por lo que saben o, al menos, por lo que supuestamente dicen conocer, tanto Vásquez como Merlano, en distintos momentos aunque por similares circunstancias, se han convertido en epicentro de la vida política de Barranquilla. También del resto del país. Con sus revelaciones, porque ciertamente las han hecho, han sabido mantener en vilo a las galerías de la opinión pública, tribunas políticas y trincheras mediáticas, siempre ávidas de destapar lo oculto e ilícito, para bien o para mal. Quienes empezaron a salivar con las nuevas revelaciones que haría la prófuga exparlamentaria a su vuelta, ella misma dejó en claro, antes de ser trasladada a su sitio de reclusión, que ya entregó las pruebas a la Fiscalía y a la Corte Suprema de Justicia para sustentar sus denuncias contra un “clan político mafioso” de la Costa Caribe, como suele calificar a la familia Char a la que, a diferencia de otras ocasiones, decidió no mencionar con nombre propio.
Merlano, por activa y por pasiva, ha dejado el balón en el tejado de estos organismos que, como es su deber, valorarán si sus pruebas son lo suficientemente sólidas para iniciar nuevas investigaciones o formular imputaciones futuras. La curtida política reclama justicia frente a sus denuncias. Está en su derecho de hacerlo, pero sí alguien ha tenido licencia para expresarse con total libertad declarando o colaborando con la justicia ha sido ella, considerada piedra angular en el caso contra el empresario Julio Gerlein, de quien dice fue como su “gerente de campaña”.
De hecho, cuando la Corte la condena a más de 16 años de prisión, en dos procesos distintos, uno por corrupción al sufragante y, otro, por violación de topes o límites de gastos electorales, entre varios delitos, indicó que su campaña fue realmente una “asociación ilegal conformada por funcionarios públicos y particulares” que ejecutó un estructurado plan de compra de votos, en el que se movió un flujo descomunal de dinero, con miles de millones de pesos, y en la que ella era “la cabeza de todo”. Aún sorprende la cínica sensación de impunidad en la que actuaban sin más, como si no estuvieran cometiendo un ilícito. La excongresista, de cuya detención se cumplen hoy cinco años, sabe que escogió “la trampa, la mentira, el poder del dinero en cantidades considerables para acceder a su meta”, como también le reprochó alguna vez la Corte. Por eso, asegura que le dará la cara a la justicia para enfrentar los procesos en su contra, que valga decir no son pocos. Es lo que corresponde. Lo más incoherente que podría hacer, porque no resulta tolerable, sería mirar la corrupción con gafas de la moral. El resto corre por cuenta de los tribunales llamados a hacer justicia. Es un frente totalmente abierto, en el que un sector de los denunciados, según señaló a periodistas el empresario Fuad Char, percibe una instrumentalización política en el regreso de la exrepresentante de cara a las aspiraciones de Alejandro Char a la alcaldía, mientras que en el caso del exsenador Arturo Char, quien fue llamado a indagatoria, asegura que no existen pruebas en su contra. Pero, los hechos son los que son. Merlano está de vuelta. ¿Traída para reducir los daños colaterales del escándalo de Nicolás Petro o para derribar al adversario político en un combate táctico en pleno año electoral? El tiempo lo dirá. Aunque es claro que en medio del tinglado que se ha montado, quedan pendientes demasiadas respuestas o explicaciones y, en especial, pruebas que pongan en evidencia a los aún solapados. Aquí estaremos para contar lo que ocurra que, claramente, de cerca se ve mucho mejor.