Como espuma que no deja de crecer, justo ad portas de cumplirse ocho meses del inicio de la invasión rusa a Ucrania, la retórica bélica que acompaña, o mejor, inflama las hostilidades, se presenta cada vez más espeluznante. Lejos de estar derrotado, aunque sí acorralado como consecuencia de sus malas decisiones, de los reveses de su ejército por la eficaz contraofensiva de las tropas ucranianas y de las duras sanciones económicas impuestas por las potencias occidentales, Vladímir Putin ha optado por elevar el tono de su inaceptable chantaje nuclear. Haciendo gala de su autoritarismo, ha desplegado de forma espectacular, porque tiene con qué, su arsenal de guerra. En tanto, el mundo contiene el aliento. Sería insensato subestimar las amenazas de quien desbarató en poco tiempo los progresos históricos alcanzados por Rusia con tal de escenificar la fortaleza de un estado que, en sus manos, dejó de serlo.
En su debilidad física o mental, los rumores frente a su condición no cesan, Putin se esfuerza por mostrarse imbatible. Nada más peligroso. Buscando recuperar la credibilidad perdida por una guerra que se estancó, ha decidido tensar la cuerda lo más que pueda y resistir, pese a todo y a todos, además pasando por encima de los acontecimientos o de quién haga falta sin inmutarse. Es su lógica convencional. El resultado, sin embargo, no puede ser más doloroso para los civiles de más de una decena de ciudades ucranianas, entre ellas Kiev, que sufren desde hace semanas inclementes bombardeos con misiles rusos de precisión, en sus objetivos estratégicos. Pero ni así, infligiendo un castigo tan brutal recobra respeto en el ámbito doméstico. Todo lo suyo, como la anexión ilegal de cuatro regiones del Donbás, en el este de la nación invadida, tras celebrar referendos ilegales y presentarlos como una extraordinaria victoria, resulta una farsa que le cobran los ciudadanos rusos.
Sus exaltadas amenazas, que anticipan una “catástrofe global” en caso de un “enfrentamiento directo” entre su país y la OTAN en Ucrania, lo que también incluye a sus “nuevos territorios”, no solo se dirigen a causar pánico entre sus adversarios, dentro y fuera del campo de batalla. También Putin apuesta por levantar la moral entre sus connacionales en un momento crítico en el que decenas de miles de ellos han sido obligados por la fuerza a involucrarse en un conflicto que, por un lado consideran infructuoso y, por otro, saben que los puso en una agobiante situación de vulnerabilidad y aislamiento. 700 mil habrían huido desde que inició la campaña de movilización parcial ante el fracaso de su ejército. Aunque tampoco faltan los halcones del Kremlin que secundan su deriva autoritaria, mientras agitan las banderas de un ultranacionalismo que le alienta a apretar el botón para complacer a los que reclaman guerra total.
Putin no se detendrá. Es un populista por naturaleza. Ni las acusaciones de perpetrar crímenes contra la humanidad, de violar flagrantemente las normas del derecho internacional o señalamientos de secuestrar niños ucranianos para repoblar Rusia, harán desistir al que nada le importa. Por el contrario, con el paso de los días la inmoral guerra en Ucrania, con todos sus devastadores impactos humanitarios, económicos o para la geopolítica global, continuará escalando. ¿Hasta dónde? No parece existir un punto de quiebre cerca. Sin límites –hace tiempo los cruzaron casi todos–, los radicales rusos, los áulicos del gobernante, apuntan a incluir a Moldavia y Georgia en su ajedrez belicista para echarle más leña a un fuego ardiendo.
El presidente Volodímir Zelensky, fortalecido por sus avances militares, dice que no negocia con Putin. La Unión Europea anticipa la “aniquilación del ejército ruso” si Moscú lanza un ataque nuclear contra Ucrania u otro territorio, en una eventual respuesta a su ingreso a la OTAN, la línea roja señalada por Moscú para iniciar la “tercera guerra mundial”. China e India, socios estrechos de Rusia, toman atenta nota de una crisis empantanada. Toda una coyuntura insostenible. Urge abordar una negociación, sin que Moscú se sienta derrotado. No puede ser que el escenario del Armagedón nuclear sea una opción tan real.