En un mundo en el que el futuro, por definición, resulta incierto, la única certidumbre que nos une a la totalidad de los seres humanos, sin excepción, es el final de la vida. Pero ni siquiera por eso, estamos siendo capaces de asegurar un cierre de existencia lo suficientemente digna para nuestros mayores. Sin piedad, los hemos dejado solos. El acelerado envejecimiento de la población, una transformación social que también alcanza a Colombia, nos enfrenta a hombres y sobre todo, a mujeres, cada vez más desamparados, vulnerables o simplemente aislados por una sociedad que tras años de haber usufructuado sus aportes o contribuciones, decidió de manera implacable excluirlos, ignorando su experiencia, conocimiento acumulado e idoneidad.
Difícil encontrar un sinsentido más perverso. A quienes se les discrimina por su avanzada edad, esconde en el cuarto de San Alejo o en los peores casos, maltrata, explota, raciona la comida, reserva la peor cama o visten con harapos, negándoles atención en salud o posibilidades de esparcimiento, son seres excepcionales que con sobrados méritos podrían dar cátedra de cómo subsistir en medio de las más duras adversidades sin desfallecer en el intento. Lecciones impagables de esas que no se encuentran en ningún centro de estudios, ni siquiera en las universidades más prestigiosas del mundo, y que les harían tanto bien a nuestros hijos y nietos nacidos después del año 2000, considerada la Generación de Cristal.
Es inaceptable que nuestros mayores que lo han soportado todo, incluso la muerte de sus parejas, seres queridos y amigos debido a la pandemia su entorno familiar o social les imponga una soledad que no eligieron por voluntad propia. Esa sí que duele. Hoy 1 de octubre, Día Internacional de las Personas de Edad, designado por Naciones Unidas en 1990, se hace evidente y necesario insistir en la gravísima epidemia de soledad que devasta a los mayores. No a los de Europa, a los de nuestro entorno más cercano. Como nunca antes, la ciencia ha logrado ganarle tiempo al tiempo para prolongar la esperanza de vida de los seres humanos. Un motivo de reconocimiento para tantas mentes brillantes que lo han hecho posible, sin duda, pero ¿somos capaces de asumir los retos que de ello se derivan? No queda claro.
En ámbitos como el de la demanda de bienes y servicios, vivienda, transporte, protección social, por no hablar del soporte emocional de las estructuras familiares o la construcción de lazos intergeneracionales, el fenómeno del envejecimiento nos supera con creces. El resultado habla por sí solo, o mejor, el penoso estado de nuestros mayores más vulnerables debería avergonzarnos como sociedad por no hacer lo suficiente para gestionar sus necesidades. Hoy en Colombia casi 7,5 millones de personas tienen 60 años o más. Cifra que se elevará, en 2031, a 10 millones. No solo envejecemos, sino que vivimos más: los hombres alcanzan 73,8 años, en promedio, y las mujeres 80,1 años. Pese a ello, apenas, en 2021 se expidió una política pública de envejecimiento y vejez con retos definidos, pero el actual Gobierno no ha profundizado aún sobre sus acciones en esta materia, excepto el mero anuncio formulado por el presidente Petro de otorgar un bono mensual de $500 mil a tres millones de personas sin pensión.
La soledad no deseada consume a nuestros mayores. Les quita las ganas de vivir, tanto a quienes ya no cuentan con nadie e incluso, a los que estando con su propia familia se sienten igual de desprotegidos o abandonados. Muchos terminan dejándose ir o quitándose la vida. Este es un serio problema social invisibilizado en extremo, pese a su enorme impacto en términos de salud pública por enfermedades físicas y emocionales que se vuelven crónicas entre las personas de edad. Encontrar soluciones desde el ámbito de la medicina para mejorar su calidad de vida o atender el complejo asunto pensional son cuestiones posibles que darán efectivo cumplimiento a sus derechos. Pero, eso no garantiza que se sientan vivos, recobren sus ilusiones o encuentren razones para seguir adelante. Lo afectivo no lo resuelve una política pública. Necesitamos recuperar tolerancia, gratitud, solidaridad, respeto, generosidad, entre otros muchos valores, que nos acerquen de manera honesta a nuestros mayores. Quizás la principal oportunidad que nos brinda su longevidad es poder resarcir las deudas que hemos acumulado con ellos, para evitar que la vida, cuando estemos en su lugar, nos lo cobre con la misma moneda.