Tras poner en marcha estrategias orientadas a prevenir el embarazo en adolescentes, Barranquilla y los municipios del Atlántico ofrecen datos alentadores para llevar a mínimos históricos este preocupante problema de salud pública que menoscaba –sin discusión alguna– las posibilidades de niñas y jóvenes de tener una vida libre de exclusión, pobreza o marginalidad. En la capital, la tasa de gestaciones a edad temprana pasó del 42,7 % por cada mil menores de edad, en el inicio de 2020, a 35,5 % en 2021, según el DANE. Y en el resto del departamento, el índice disminuyó en más de un 10 % en la vigencia 2020, de acuerdo con el Ministerio de Salud. Fueron 1.064 embarazos, si se comparan con los de un año atrás, los que lograron prevenirse en los municipios, gracias a iniciativas públicas y privadas que empoderaron a esta población en asuntos relacionados, principalmente, con sus derechos sexuales y reproductivos.

Pese a los progresos alcanzados, la dura realidad de la maternidad no deseada ni planificada de niñas y adolescentes en los municipios confirma que se requieren aún muchas más intervenciones integrales, además de sostenidas en el tiempo, para impactar los determinantes sociales y culturales que inciden en su ocurrencia, en especial donde va en aumento. En esto radica la importancia de que se conozca el fenómeno de manera particular y en profundidad, de lo contrario será realmente difícil darle una respuesta diferencial como demanda. En Barranquilla, también continúan siendo enormes los retos para evitar que más adolescentes y jóvenes vean truncadas de raíz sus expectativas vitales con un embarazo no buscado. Resulta esencial ofrecerles información clave que les permita tomar las mejores decisiones sobre su vida –incluida la sexual y reproductiva– y, además, hay que ofrecerles oportunidades reales para que asuman que la maternidad temprana no es su única opción de futuro ni su destino ideal.

La mejor manera de prevenir el embarazo adolescente es hablar de él con claridad. O en otros términos, ‘a Calzón Quitao’, como se bautizó una de las iniciativas del Distrito en esta materia. Si bien es cierto que las condiciones de vulnerabilidad socioeconómica de los hogares, el ingreso de los padres o de la familia, así como su nivel educativo, son factores asociados a la maternidad precoz, este no debe ser el telón de fondo para naturalizarlos. Una gestación a temprana edad no es una situación normal. Las consecuencias personales, en términos de escolaridad u opciones laborales, la carga emocional, al igual que las complicaciones en el embarazo y en el parto son descomunales para niñas y adolescentes que ven vulnerados sus derechos. Su potencial de desarrollo corre el riesgo de ser devorado por el inminente entrampamiento de pobreza y exclusión que se levanta a su alrededor.

Cuando una menor de edad queda embarazada, tras ser víctima de abusos, por falta de información o de acceso a métodos anticonceptivos, resulta más expuesta a arriesgar su futuro, el de su hijo e incluso, el de todo su entorno familiar con el que podrían surgir conflictos impredecibles. Acompañar a las menores durante la gestación y luego de la llegada de sus hijos es crucial debido a que en la mayoría de estas etapas la presencia del padre suele ser escasa o nula. La ausencia de compromiso masculino, consecuencia de inaceptables patrones machistas de nuestra sociedad, lo hace todo aún más complejo para ellas. Ningún esfuerzo será menor para encarar este fenómeno social que demanda, además de una compresión empática con las adolescentes gestantes, un cambio en el enfoque con más acceso a educación sexual integral, reevaluación de representaciones socioculturales de género, maternidad y relaciones de pareja. En un concepto más amplio, la plena garantía del ejercicio de los derechos de las niñas y adolescentes que necesitan más y mejor formación para ser las dueñas de su propio futuro.