Las áreas para los fumadores son cada vez más reducidas. Cerrar los espacios a quienes persisten en un hábito que es tan nocivo para la salud como para el medioambiente siempre será la decisión correcta.
La reciente conmemoración del Día Mundial sin Tabaco, el pasado 31 de mayo, volvió a poner el foco en el perjudicial impacto provocado por la poderosa industria tabacalera en el bienestar de la población fumadora y sobre los escasos y frágiles recursos del planeta, que como indica la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se encuentran sometidos desde hace tiempo a una presión descomunal por cuenta de la destructiva mano del hombre.
Basta recordar, para que no quede ninguna duda acerca de lo dañino de esta epidemia prevenible, que el tabaquismo mata al año a más de 8 millones de personas en todo el mundo, mientras se deben talar 600 millones de árboles y usar 22 mil millones de litros de agua para fabricar cigarrillos que, luego cuando se consumen, emiten a la atmósfera 84 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2), las cuales irremediablemente aumentarán la temperatura del planeta. Esto sin contar la gran cantidad de colillas que contienen microplásticos o los deshechos, en el caso de los también peligrosos cigarrillos electrónicos o vapeadores, que terminan envenenando suelos y fuentes de agua, o ensuciando las calles de las ciudades, parques y otros espacios públicos, donde aún es frecuente ver a personas fumar, pese a la presión social que existe y al reclamo, absolutamente legítimo de los fumadores pasivos, expuestos al humo, que se resisten a padecer las enfermedades de un hábito que no es suyo.
En este sentido, se necesita abogar por una mayor conciencia individual y colectiva para que tanto personas como comunidades sepan qué hacer o cómo actuar cuando se trate de reivindicar su derecho a la salud y a una vida sana, asumiendo como un principio irrenunciable de convivencia el respeto hacia los demás y, por supuesto, el cuidado del planeta. Este es el camino ideal, pero entendiendo que no todos parecen dispuestos a transitarlo siempre se podrá acudir a legislaciones más fuertes o restrictivas orientadas a poner fin a un hábito insalubre con comprobados efectos letales. Muchos de los peores estragos causados por la covid recayeron en fumadores que sucumbieron a los embates iniciales de la enfermedad o a sus coletazos posteriores, debido a afecciones respiratorias preexistentes.
Más de 400 mil personas murieron en Colombia durante los últimos 10 años como consecuencia del tabaquismo, que le cuesta a la economía nacional 17 billones de pesos al año. Aunque el porcentaje de fumadores, o su prevalencia, se redujo del 8,3 % al 5,6 %, entre 2016 y 2021, lo que equivale a tener un millón de fumadores menos, de acuerdo con el Dane, la principal amenaza sigue estando en la capacidad demostrada por la industria tabacalera para conquistar nuevos consumidores, sobre todo entre los más jóvenes. El Ministerio de Salud reconoce algunos avances, no obstante es reiterativo en reclamar al Congreso de la República el fortalecimiento de la actual legislación para “combatir este flagelo” que, atendiendo la abundante evidencia médica y científica, pone en riesgo la vida de los ciudadanos. Circunstancias taxativas, pero es imprescindible construir un consenso político para hacerlo viable.
Hasta ahora los ambientes libres de humo en espacios públicos y de trabajo, la prohibición total de publicidad y patrocinios, el aumento en los impuestos o la inclusión de advertencias gráficas en el empaquetado, como recuerda la entidad, han sido acciones disuasorias efectivas; sin embargo, se puede y sobre todo se debe hacer mucho más. Las normativas tienen que actualizarse en consonancia con las nuevas realidades, procurando ampliarlas en los distintos ámbitos para reducir el consumo, proteger a los fumadores pasivos y cuidar el medio ambiente. El tabaco, como el alcohol, es una droga de uso legal con aceptación social que genera dependencia física o mental. Dejarlo no solo es cuestión de voluntad, en ciertos casos también demanda tratamiento especializado. Enfocarse en la prevención es vital para evitar que niños desde los 8 años caigan en las garras de una adicción que los convertirá en adultos con irreparables daños en su vida.